“Y la gente se quedó en casa. Y leía libros y escuchaba. Y descansaba y hacía ejercicio. Y creaba arte y jugaba. Y aprendía nuevas formas de ser, de estar quieto. Y se detenía. Y escuchaba más profundamente. Algunos meditaban. Algunos rezaban. Algunos bailaban. Algunos hallaron sus sombras. Y la gente empezó a pensar de forma diferente”.
(Del poema en prosa En tiempo de pandemia, de una asistente espiritual en hospitales llamada Kitty O’Meara).
Desde que el COVID-19 hizo su aparición en Wuhan, China, el 31 de diciembre del año 2019, ha matado a más de 3,4 millones de personas alrededor del planeta. De ellas, más de un millón 300 mil corresponden a América Latina. (Datos hasta el 14 de mayo pasado).
Curiosamente, no es en China donde se han detectado más fallecimientos por el virus, sino Estados Unidos, nación que con unas 600,000 muertes encabeza este triste ranking.
Lo sigue otro país de nuestra América, Brasil, con aproximadamente 450,000 casos, seguido de India, con unos 300,000 casos y México, con más de 220,000 casos.
Es sencillamente dramático ver cómo a diario se siguen reportando muertes, con escalofriantes escenas de dolor, de desesperanza, de tristeza infinita.
Porque aunque ya hay muchas vacunas que están haciendo su labor, ha quedado patente la desigualdad con la que se ha actuado: mientras algunos países no tienen problemas para conseguir vacunas, hay otros a los que no le ha llegado ninguna aún. Claro, Joe Biden, presidente de Estados Unidos, acaba de anunciar que donará 80 millones vacunas a “otros países”, unos 20 millones de dosis de Moderna, Pfizer y Johnson & Johnson, más 60 millones de AstraZeneca.
Pero antes de entrar de lleno en el tema que nos convoca, vamos a hacer algunas precisiones respecto a algunos términos que se han utilizado mucho el último año y que a veces nos provocan equívocos.
Hay infinidad de coronavirus, los que fueron descubiertos allá por los años 30 en diferentes aves de corral. Estos causan múltiples enfermedades en otros animales, respiratorias, gastrointestinales, hepáticas y hasta neurológicas. De estos coronavirus, solo siete son responsables de enfermedades en los seres humanos, mientras que cuatro de ellos provocan síntomas de resfriado común en alrededor del 30% de los seres humanos.
Ahora, los tres restantes causan enfermedades respiratorias graves que pueden causar la muerte de los seres humanos. Para no alejarnos del tema, hoy solo mencionaremos uno de estos, el SARS-CoV-2, responsable de la enfermedad que hoy día conocemos como COVID-19.
Aunque la peligrosidad del virus no deja lugar a dudas, los tiempos modernos, sinónimos de tecnología, han permitido investigar y encontrar varias vacunas contra la enfermedad, las que han sido probadas y aplicadas en varios lugares del mundo.
De esa manera, se ha logrado –en algunos lugares del planeta- detener el avance del COVID-19, aunque realmente no se sabe si estamos a punto de derrotarlo o si este solo está renovando fuerzas para volver a atacar. Porque mientras en algunos países pareciera que se bate en retirada, en otros ataca sin tregua.
En Panamá, el Ministerio de Salud advierte de una tercera ola del virus, cuando ya el país registra 6,321 fallecimientos por COVID-19. Y la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido a Chile, el país que más personas ha vacunado en Latinoamérica, que “este es el peor tiempo para relajar las medidas”.
Pero el COVID-19 no es más que una de las grandes epidemias que han afectado a la humanidad. Hoy hablaremos de algunas de las peores –o al menos las más conocidas- que han asolado nuestro planeta.
La viruela. A lo largo de los siglos, y antes de ser totalmente controlada, la viruela dejó una estela de más de 300 millones de muertos. Según expertos, se cree que apareció unos 300 años antes de Cristo, y era tan letal que solo el 30% de los infectados sobrevivía. Baste decir que en Europa, durante el siglo XVIII, unas 400,000 personas morían anualmente a causa de la viruela y un tercio de los sobrevivientes quedaba ciego.
Es una enfermedad infecciosa causada por el llamado Variola virus, y es lejos la que más daño ha causado a los seres humanos: no solo causaba la muerte sino que los sobrevivientes quedaban deformados a causa de las innumerables pústulas que poblaban el rostro de sus víctimas. Se transmitía a través de fluidos corporales y contacto directo.
En 1796, el científico inglés Edward Jenner, denominado el “padre de la inmunología”, creó la vacuna más efectiva contra la viruela. Se dice de Jenner que “su trabajo salvó más vidas que el trabajo de cualquier otro hombre”.
En la actualidad, desde 1980, está totalmente erradicada, aunque oficialmente se conservan dos cepas, una en el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta, EEUU, y otra en el Centro Estatal de Virología y Biotecnología de Novosibirsk, Rusia.
Panamá no ha sido ajeno a estas enfermedades. Hubo graves epidemias en 1777 y 1782, pero en 1804 llegó la ansiada vacuna, misma que fue rechazada por grandes segmentos de la población, debido a la desinformación y a supersticiones. La vacuna fue administrada hasta el año 1977, cuando por recomendación de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), dejó de administrarse ya que la enfermedad estaba controlada.
El sarampión. El sarampión es una infección infantil causada por un virus (paramixovirus), que aunque está controlada en gran parte del planeta todavía mata a miles de personas cada año, la mayoría niños menores de cinco años. Se contagia mediante contacto directo y por las gotas de vapor que exhalamos al respirar.
En la actualidad, gracias a una alta tasa de vacunación en todo el mundo, se puede prevenir, pero no tiene una cura específica, de ahí la importancia de vacunar a nuestros niños.
El sarampión es considerado como la segunda mayor pandemia de la historia, es conocida desde hace unos 3,000 años y ha matado a más de 200 millones de personas alrededor del mundo.
Aunque pareciera que está controlado, no debemos olvidar que no ha sido erradicada, a pesar de los esfuerzos de la comunidad científica. Es más, en la época reciente ha vuelto a manifestarse con furia en una decena de países, entre ellos Madagascar, Brasil, Venezuela y Francia. En el primero de estos países han muerto unas 300 personas entre agosto de 2018 y febrero de 2019.
En Panamá, no se han reportado casos desde 1995, aunque por ser considerado un país de tránsito no se debe bajar la guardia.
La Gripe Española. Esta enfermedad mató –según los cálculos más conservadores– a unos 50 millones de personas alrededor del mundo, solo en dos años, entre 1918 y 1920. Y aunque han transcurrido más de 100 años de aquella catástrofe sanitaria aún no queda claro su origen. Solo que ha sido devastadora. Aunque se conoce como la gripe “española”, España no tuvo nada que ver en su aparición en medio de la Primera Guerra Mundial. Como el país ibérico era neutral, dio a conocer los informes sobre la enfermedad, algo que no hicieron los países inmersos en el conflicto. España fue, de todas maneras, una de las naciones perjudicadas con la enfermedad, y le supuso unos 8 millones de contagiados y 300 mil muertos.
A raíz de la falta de recursos –destinados a la guerra-, no se investigó a conciencia el virus, pero con los años se pudo determinar que fue un brote de influenza virus A, subtipo H1N1. Sus víctimas fueron hombres jóvenes y adultos de entre 20 y 40 años.
En la actualidad, todavía no se puede precisar su origen, algunos lo sitúan en Francia, otros en China y un tercer grupo cree que los primeros casos salieron de la base militar de Fort Riley, en EE.UU.
En la época estival de 1920, tal como había llegado, el virus desapareció.
La Peste Negra. A diferencia de las anteriores, la Peste Negra o Bubónica es causada por una bacteria (Yersinia pestis), no un virus.
En la primera mitad del siglo XIV, se calcula que murieron unos 75 millones de personas a causa de esta enfermedad.
Existía la peste bubónica primaria, que era la más corriente, pero además estaban las variantes, como la peste septicémica, en que la infección pasaba al corriente sanguíneo y luego aparecían manchas oscuras en la piel. De ahí el nombre de Peste Negra o “muerte negra”.
También estaba la variante llamada Peste Neumónica, que se localizaba en el aparato respiratorio, que se podían contagiar a través del aire. Estas dos variantes mataban a todos los que las sufrían.
Aquí debemos hacer un paréntesis, para señalar que desde que el ser humano pobló el planeta, a las enfermedades se les dio un carácter sobrenatural, es decir, todas las denominadas “pestes” eran castigos de los dioses, a causa del mal comportamiento de la raza humana. De esa manera, la medicina antigua tenía más que ver con el animismo, “creencia religiosa que atribuye a todos los seres, objetos y fenómenos de la naturaleza un alma o principio vital”.
En el siglo XIX ya la medicina había dado un gran salto, investigadores se preocupaban por darle un carácter científico a la actividad, lo que quitó de la mente humana el carácter sobrenatural de la enfermedad. El japonés Shibasaburo Kitasato y el suizo Alexander Yersin, trabajando cada uno por su cuenta, descubrieron en 1894 lo que daba origen a la peste: una bacteria de las ratas negras y que se transmitía a los seres humanos a través de las pulgas que vivían en ellas. Era un contagio fácil, las ratas estaban en los mismos sitios que ocupaban los humanos: graneros, casas, caminos y barcos.
Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) o Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida). Hasta la llegada del COVID-19, toda la atención de la comunidad científica estaba puesta en esta enfermedad, la que le ha quitado la vida a más de 25 millones de seres humanos.
Afortunadamente, se sigue trabajando con ahínco en la búsqueda de una vacuna apropiada. Se puede transmitir de diferentes maneras, como, por ejemplo, a través de las relaciones sexuales sin protección adecuada; por contacto sanguíneo con un contagiado; al compartir agujas cuando se consumen drogas; o de madre a hijo durante el embarazo o la lactancia.
Actualmente existen tratamientos y fármacos que, aunque no logran eliminar la enfermedad, al menos permite a los contagiados llevar una vida casi normal.
Es una enfermedad causada por un retrovirus, el que impide el correcto funcionamiento del sistema inmunológico.
Panamá no es ajeno a este drama: se calcula que en el país hay entre 18,000 y 22,000 casos de personas portadoras de VIH. Se han reportado más de 8 mil casos de sida, desde que la epidemia llegó a Panamá, de los cuales han fallecido unos 6 mil.
La Organización Panamericana de la Salud estima que desde 2010 los nuevos casos de VIH se han incrementado en un 21%, aunque en el Caribe ha habido una reducción de 5%.
Existen otras plagas que han diezmado a la humanidad a lo largo de su historia. Por ejemplo la Plaga de Justiniano, que entre el siglo VI y el VIII mató probablemente a unos 25 millones de personas. O la llamada Tercera Pandemia, un episodio de peste bubónica que mató a unos 12 millones de contagiados en apenas 10 años en Asia. Yunnan, en China, Manchuria y Mongolia fueron las regiones más castigadas.
El Tifus (4 millones de muertos), el Cólera (3 millones), la Gripe de Hong Kong (un millón) son apenas algunos ejemplos de otras enfermedades que cada cierto tiempo atacan a nuestra especie y que nos hacen saber de lo frágiles que somos cuando la naturaleza y nosotros mismos jugamos con fuego.
La Plaga Mayor
Para terminar, no podemos dejar de mencionar una de las mayores plagas que han caído sobre distintos lugares de nuestro planeta: la guerra.
Solo como ejemplo, en la Primera Guerra Mundial murieron 17 millones de personas y 21 millones quedaron heridas, en un conflicto que duró cuatro años e involucró a 40 países con sus colonias.
Mientras que la Segunda Guerra Mundial, según cálculos de especialistas, dejó más de 50 millones de muertos y más de 100 millones de heridos, en un conflicto que duró seis años y tuvo como protagonistas iniciales a unos 10 países, aunque luego la cifra fue aumentando. De América, además de EEUU y Canadá, soldados de México, Colombia, Argentina y Brasil enviaron tropas a combatir.
Sin ninguna duda, la guerra es la más letal de las epidemias.