Habiendo dedicado varias entregas de La Historia Habla a los maltratos infantiles a lo largo de la historia y en medio del escándalo en el que se ve envuelta en este momento la sociedad panameña, vamos a referirnos en esta nueva La Historia Habla a la pederastia a lo largo de los siglos.
Ya hemos visto en varias ocasiones que los niños en la antigüedad no tenían, ni muchísimo menos, la importancia social ni merecían por parte de la sociedad los cuidados y las atenciones que hoy en día proveemos a la infancia. Los abusos sexuales forman parte intrínseca de la historia de la cultura.
En la China de la dinastía Ming, por ejemplo, que se extendió entre los siglos XIV al XVII, la pederastia se veía como signo de estatus a pesar de que la sodomía no fuera aceptable según las normas sociales. También en Japón existió durante siglos una absoluta permisividad sobre el acercamiento sexual a menores, aún hoy en día los cómics y los manga se hacen eco legal de una cultura que infantiliza a las mujeres y sexualiza a las niñas.
Entre los griegos el concepto de amor pederasta se concreta en el sistema de erastés y erómenos. A los doce años el rito de paso hacia la adultez de un adolescente (erómenos) perteneciente a las clases altas era la iniciación sexual con un mentor (erastés) que lo tomaría bajo su protección. En muchos casos se consideraba la función principal del mentor entrenar en las lides militares a su protegido, alentando en él las capacidades atléticas y las habilidades guerreras.
Una de las explicaciones de esta costumbre dice que, como en la antigua Grecia se solían fomentar los matrimonios tardíos en los hombres, cuando los hijos tenían edad para poder empezar el entrenamiento guerrero ya sus padres eran demasiado mayores para poder guiarlos en la batalla, por eso se habría desarrollado este tipo de relaciones.
Aunque con distintas variantes a lo largo del territorio, la pederastia era generalmente aceptada y ensalzada, podemos leer una acendrada defensa de este tipo de amor en poetas como Teognis y Anacreonte e incluso podemos encontrarla reflejada en la mitología, como en el mito de Zeus y Ganímedes.
Ahora bien, forzar a un menor de doce años a mantener relaciones sexuales era considerado un delito grave y estaba fuertemente penado por la ley. Tal y como ocurre hoy, la sociedad decidió la edad mínima de consentimiento y no se podía tocar a los prepúberes.
En Roma los niños no corrían mejor suerte, ya hemos visto en entregas anteriores que eran propiedad del pater familias, así que eran objetos, y como tales podían ser vendidos, prestados, alquilados y en muchos casos eran objeto de abusos sexuales a pesar de que el estupro estaba contemplado como delito en el derecho penal romano. Sin embargo, estaba tan instalada la pederastia en la sociedad que, según podemos leer en la obra de Suetonio, el emperador Tiberio construyó en Capri un palacio pornográfico donde pasaba los días en prácticas sexuales sadomasoquistas y pederásticas. “Se dice que había adiestrado a niños de tierna edad, a los que llamaba pececillos, a que jugasen entre sus piernas en el baño, excitándolo con la lengua y los dientes (…)”.
Los emperadores Constancio y Constante, ya en la época cristiana, promulgan por primera vez una ley que condena a la pena de muerte al homosexual pasivo. Y Justiniano extiende la pena a todos los pederastas ya fueran activos o pasivos.
A pesar de las amenazas legales, aun durante el Imperio romano de Oriente las violaciones a niños eran muy comunes y el correspondiente al nuestro hombre del petate era que vendría un hombre y los violaría. Las prácticas para atraer a las víctimas tampoco han cambiado mucho a lo largo de los siglos, puesto que también ofrecían a los niños dulces y golosinas.
Ya en plena Edad Media y siendo en aquel momento la sodomía el peor pecado (era denominado ‘el pecado nefando`), se consideran los abusos sexuales a menores dentro del concepto de sodomía y esta era castigada por los dos poderes en aquel momento, el civil y el eclesiástico.
Lo cual no era un alivio para las víctimas menores de edad porque el castigo era para ambos por igual, tanto la víctima como el victimario eran condenados a tortura y castración según el Fuero Juzgo visigótico. Y el Fuero Real añadía a esto la pena de muerte. En las Partidas se condenaba a ambos participantes en el acto a la muerte pero sin torturarlos antes. Cualquiera de las alternativas era poco apetecible.
Ahora bien, si las víctimas podían demostrar sin ningún género de duda (lo cual era sumamente difícil), que se habían resistido con todas sus fuerzas o si habían sido menores de catorce años cuando sufrieron la vejación, eran declarados inocentes, pero eran castigados a contemplar el tormento de su violador.
En el contexto de la Revolución Industrial y en medio del éxodo de la población rural hacia las grandes ciudades, cada vez más niños, (que en muchos casos eran entregados a sus abusadores por las mismas familias), fueron vulnerables a la explotación sexual y a la prostitución para poder sobrevivir. Tal y como podemos leer en el libro Historia de la Prostitución en España y en América, de Enrique Rodríguez Solís publicado en 1921, “por entonces descubriéronse varias casas, verdaderas Sodomas y Gomorras de nuestros días, en las que se encontraron niños llevados allí con engaños”. Este horizonte no ha cambiado demasiado en nuestros días.