Vamos a continuar acercándonos a nuestra época mientras repasamos la historia de los cuerpos de seguridad del Estado que velan por los ciudadanos.
En Inglaterra, a fines del siglo XVII las calles de Londres estaban vigiladas por patrullas contratadas ex profeso y desde 1790 estas brigadas ya son normadas con un estatuto. Aunque no fue hasta 1798 que se creó la Policía del Támesis, que controlaba el ingente tráfico fluvial.
Al otro lado del Canal de la Mancha, a fines del siglo XVII, en la mayor parte del territorio francés se mantenía hasta cierto punto la estructura feudal, donde los diferentes nobles tenían pequeños ejércitos de hombres armados que mantenían el orden dentro de las ciudades o de los territorios bajo su mando, pero tal y como eran comunes los conflictos territoriales, también eran muy comunes los enfrentamientos entre estas distintas tropas. En este escenario, el Rey Sol, Luis XIV, y Colbert quien, a la sazón, era su primer ministro, instauraron la figura del lieutenant générál, el encargado de la seguridad en las ciudades, figura que fue ratificada por el parlamento parisino el 15 de marzo de 1667. Gabriel Nicolás de Reyne fue el primero que ocupó el puesto y nombró 44 comisarios quienes, desde el año 1709 estuvieron asistidos por inspectores de policía.
En 1804, Joseph Fouché, ministro de la policía de Napoleón Bonaparte, reorganiza las fuerzas policiales de todas las ciudades francesas con más de 5000 habitantes y en 1829 se vuelve a reorganizar, ya que se había convertido en poco más que en un cuerpo de informantes y espías del Estado y los nuevos “agentes de la Policía” de París se convierten desde entonces en el primer cuerpo de policía con un uniforme completo de la historia, no solo con las mangas verdes…
En Londres, en ese mismo año, se crea Scotland Yard. Aunque España aún tuvo que esperar veinte años más, hasta que en 1824 y por un decreto de Fernando VI, se configura la Policía General del Reino.
En América, antes de la llegada de los españoles, cada territorio tenía sus formas diferentes de mantener el orden público en las ciudades. Por ejemplo, en Tenochtitlán la ciudad se dividía en veinte calpullis, eran grupos de personas que afirmaban descender de un mismo antepasado. Cada calpulli vivía en el sector de la ciudad designado para su calpulli y allí desarrollaban los diferentes oficios. Cada uno de los calpullis tenía un jefe el calpullec, un cargo de elección entre los miembros del calpulli y que se ejercía de forma vitalicia, era juez, representaba a su calpulli en el consejo, repartía las milpas, se encargaba de coordinar la educación y mantenía el orden dentro de su territorio con la ayuda de los jóvenes que recibían instrucción militar en el telpochcalli, la escuela de guerreros de su calpulli.
En el inmenso imperio incaico, el Inca designaba como gobernador al tucuy rikuq, ‘el que todo lo ve’, no era un cargo perpetuo ni hereditario. Y el tucuiricuc era seleccionado entre los más sabios de la corte. Hacía cumplir los mandatos imperiales, imponía castigos, y supervisaba las labores de los funcionarios, pero también repartía tierras, dirimía pleitos, realizaba matrimonios, supervisaba las obras públicas y, sobre todo, su cargo le permitía viajar en hamaca. Todo un lujo.
Muy temprano en la conquista se fundan los cabildos, los cuales eran los responsables de todas las necesidades administrativas en cada nueva ciudad fundada. Ya para 1580 encontramos en varias ciudades el cargo de alguacil. Los alguaciles son claramente un primitivo cuerpo de policía, pero que también tenían a su cargo, además de controlar la delincuencia, el mantenimiento del aseo y la salubridad, el amojonamiento de caminos, la conservación de los bosques y territorios de caza, el suministro de agua, la cobra de aranceles e impuestos y la administración de los hierros de cada ganadería
En Santa Fe de Bogotá, alrededor del año 1791 un grupo de “ciudadanos ilustres”, fundaron la Junta de Policía de Santa Fe que estaba encargada de por el orden urbano en dicha villa. Los agentes se llamaban ‘serenos’, y al igual que los vigilantes que en España sobrevivieron hasta bien mediado el siglo XX su función principal era hacer rondas por la calle, encender y apagar los faroles públicos y dar la hora: “¡¡Las tres y sereno!!” era un grito que se repetía cada hora por las calles del Madrid de Galdós y Valle Inclán.
A estos serenos no se les daba entrenamiento, ni siquiera se les proporcionaba un uniforme y los elementos adecuados para ejercer sus funciones, por lo tanto, aunque sobre el papel sus funciones era las de a aprehender y encarcelar a los malhechores y conducirlos ante los tribunales, en la realidad este mandato no se cumplía a cabalidad. Después de la creación de la Gran Colombia, la posterior configuración de la Nueva Granada y subsiguiente Confederación Neogranadina, se hicieron numerosos intentos de organizar mejor el cuerpo.
En los territorios de Norteamérica es en Canadá donde primero se funda un cuerpo de policía, la Toronto Police, en 1834 y en 1838 Montreal y Quebec crean sus respectivos cuerpos de policía.
Aunque en el Boston de 1630 ya funcionaba la ‘patrulla nocturna’ que patrullaban para evitar robos y asesinatos, pero también la presencia de osos en las calles, y a los esclavos fugitivos, en ese año 1838, se añadió una patrulla diurna a la nocturna formando el departamento de policía de Boston, la primera policía de Estados Unidos.
En los estados sureños a inicios del siglo XVIII ya existían las patrullas de esclavos, formadas por hombres blancos que vigilaban y controlaban los caminos, rastreando y cazando esclavos fugitivos, escondrijos y refugios, y evitando conspiraciones y revueltas. Son estas patrullas las que poco a poco van transformándose en departamentos de policía. En Charleston, en 1837 el cuerpo de policía tenía en sus filas a 100 oficiales.
No es hasta 1844 que Nueva York funda su cuerpo policíaco y Filadelfia no sigue el ejemplo hasta el año 1854.
Según avanza el siglo XIX y se afianza la doctrina de los derechos humanos los cuerpos de policía comienzan a abandonar sus planteamientos absolutistas y, al considerarse que estos derechos individuales son en todas las ocasiones superiores a la noción de Estado, la policía se ha convertido en el brazo ejecutor de la Autoridad, y ya no es una autoridad en sí misma.
Debiendo limitarse, en los países democráticos a mantener la seguridad y el orden público, y a garantizar la protección del orden jurídico, permitiendo todas las libertades otorgadas en las Cartas Magnas y sin conculcar ninguno de los derechos fundamentales de los ciudadanos.