Cuidados del recién nacido
Si en la anterior entrega de La Historia Habla dábamos un breve repaso a algunas de las diferentes maneras de entender la maternidad a lo largo de las épocas y de las culturas, hoy vamos a ver cómo las madres han tratado de proteger a ese retoño. Pero lo primero es entender que, durante muchos siglos, un recién nacido aún no era una persona, la alta mortalidad infantil trajo como consecuencia el periodo de espera que encontramos en muchas culturas antes de imponerle nombre a un niño. Incluso en muchas sociedades la madre ni siquiera se preocupaba de darle el pecho ni de cuidarlo más allá de lo estrictamente necesario hasta pasado un día, para no desarrollar el apego en el caso de que el niño falleciera en las horas posteriores a su nacimiento.
Para aceptarlo dentro del grupo social hacía falta algún tipo de rito de reconocimiento, en algunos casos era la imposición del nombre, en otros casos, como en la antigua Roma, el padre debía recibir al recién nacido del suelo donde lo había depositado la comadrona y levantarlo como gesto de aceptación. Los hijos legítimos, los que nacían dentro de un matrimonio, estaban bajo la autoridad de su padre o abuelo paterno; formaban parte de la familia civil del padre; en cambio entre los hijos y la madre sólo existía un lazo de parentesco natural de cognación. Por tanto la decisión sobre la vida del recién nacido recaía en el patriarca. Los recién nacidos no eran aceptados en la sociedad, sino en virtud de una decisión del jefe de familia; la anticoncepción, el aborto, el abandono y el infanticidio eran prácticas usuales y legales.
En Esparta el neonato era llevado al Pórtico y examinado por los ancianos para determinar si estaba sano y bien formado. En el caso de no ser así se consideraba una carga para la polis, se le llevaba al monte Taigeto y se le arrojaba a un barranco llamado Ceadas o Apotetas.
En la civilización cristiana occidental los niños sin bautizar eran, hasta hace muy poco tiempo, cebos perfectos para duendes, brujas y el mismísimo Diablo, que harían todo lo posible por robárselos, ‘chuparlos’ o cambiarlos por bebés de las hadas. Los niños ‘moros’, es decir, los que aún no estuvieran bautizados, no podían salir a la calle. En algunas zonas los bebes sin cristianar eran considerados peligrosos y repulsivos, se llegaba a decir que besar a un niño que no ha sido bautizado es darle un beso en el culo a su madre.
En cuanto a la elección del nombre encontramos diferentes costumbres, desde la costumbre romana de poner nombres correspondientes al lugar que ocupa el niño en el orden de los hermanos, Segundo, Quinto, Octavio, etc. Hasta la predilección o la prohibición de ponerle el nombre de algún difunto de la familia. Entre los inuit se le suele poner el recién nacido el nombre del difunto más reciente de la familia con la intención de invitar a la segunda alma de esta persona a que se encarne en el bebé y así este absorba las cualidades y los conocimientos del fallecido. En el otro extremo, en muchos pueblos españoles es de mala suerte ponerle al niño el nombre de una persona fallecida poco antes del nacimiento del neonato porque se creía que éste podía morir de forma prematura
Pero una vez nombrado y aceptado como persona dentro del grupo social se solían extremar los cuidados para que creciera sano y para evitarle la muerte en los primeros años. El miedo a perder a una criatura, la inquietud por su futuro, el instinto de supervivencia, han dado lugar a innumerables prácticas, ceremonias, costumbres y creencias. Como aquello que decían las abuelas que si un lactante moría, a la madre se le retiraba la leche porque el bebé la necesita en el otro mundo.
Los restos del embarazo, especialmente la placenta, han sido considerados muy importantes para la salud de la madre y del recién nacido. Se solían enterrar en algún lugar secreto, ya que podían ser utilizadas para dañar a la madre, y por ende, al hijo. El pensamiento mágico de la semejanza también hace que al cordón umbilical se le hayan atribuido facultades prodigiosas como amuleto. A veces se dice que el cordón umbilical hay que quemarlo en el fuego del hogar, o bien se lo enterraba, también hay quien asegura que se debe conservar con esmero, como una forma de protección materna sobre el hijo a pesar de que este sea ya adulto y esté lejos del hogar.
Se tiene auténtico temor que cualquier animal se comiera cualquier resto del embarazo, ya sea la placenta o el cordón umbilical, porque eso conllevaría muchas desgracias y hasta la muerte.
Las creencias acerca de no cortarle el cabello o las uñas a un recién nacido tienen mucho que ver con esta superstición y creencia mágica de que parte del alma de una persona se mantiene presente en todas sus partes, por pequeñas que estas sean, así que se puede dañar a la persona de la que proceden a través de estos desechos. Y el bebé es demasiado débil como para resistir los embates de este tipo de maniobras, por eso no se le corta en pelo y por eso, en muchas partes se le dice a la madre que debe morderle las uñas al recién nacido para cortárselas; y tragárselas, para no dejarlas a merced de personas con malas intenciones.
De la misma manera los dientes de leche deben ser conservados por los niños o bien retirados por el ratoncito Pérez y guardados por los padres en algún lugar especial, ya que tienen la esencia del niño.
Por fin, el conjunto más extenso de supersticiones y creencias relacionadas con los recién nacidos y su bienestar está relacionado con el mal de ojo. El mal de ojo es una creencia ancestral que se produce cuando una persona es capaz de dañar a una persona, un niño, e incluso plantas y animales solo con mirarlas, con la fuerza de su mirada. Los síntomas de mal de ojo pueden ser desde excesiva somnolencia hasta fiebre, malestar general y dificultad para levantar la cabeza. Pudiendo llevar al niño a la muerte si no se trata el mal a tiempo.
Esta creencia es antiquísima y está muy extendida por casi todas las culturas. La persona que provoca el mal de ojo no siempre lo hace a propósito, a veces se quedan prendadas ante la belleza del niño y el peso de su mirada absorbe la energía vital o daña a la criatura. Se le ponía la ropa al revés a los infantes para rechazar este tipo de miradas, y era aconsejable que, si alguien sospechaba que le acababan de hacer mal de ojo a un niño, lo forzará a llorar pellizcándolo con fuerza para que así lo expulsara.
Para preservar de este tipo de daño a los niños se les colgaban del cuello cruces, (la de Caravaca es una de las favoritas), medallas de la Virgen, escapularios y se les ponían en la muñeca o en el tobillo lazos rojos con cuernecillos de coral o de algún material que lo imite, y en algunas zonas de Panamá se usaba el carey para hacer anillos o pulseritas de protección. mientras que en otras zonas lo que se usa es el famoso ‘ojo turco’, un amuleto redondo con forma de ojo azul, blanco y negro, que se hacía en vidrio, aunque actualmente se fabrique también de plástico. Estos amuletos de protección de los niños, como ya hemos visto, se hacían con vidrio, metal o hueso, pero también se podían usar pedazos de páginas o textos de libros sagrados como la Biblia o el Corán, o podían ser mantitas bordadas o tejidas en rojo las que resguardaran al bebé de los ataques malignos.