Mucho antes de que consiguiéramos caminar por la Luna, el satélite de la Tierra ya era un imán que atraía sin remisión a visionarios, soñadores y escritores de todas las épocas.
En el siglo II a.C., Luciano de Samosata, el primer escritor de ciencia ficción, escribe en Relatos verídicos que en una travesía marítima fueron atrapados por un tifón y el oleaje logró hacer que el barco llegase a la Luna, donde vivían los selenitas. “Por siete días y otras tantas noches viajamos por el aire, y al octavo divisamos un gran país en el aire, como una isla, luminoso, redondo y resplandeciente de luz en abundancia” , y en Menipo en los cielos, hace que el filósofo Menipo vuele desde el Olimpo hasta la Luna propulsado por un águila y un buitre. Dante en la Divina Comedia, (1321) encuentra en la Luna las almas de los que no han cumplido sus juramentos en vida. Ariosto Astolfo, en Orlando Furioso (1517), alcanza la Luna con un hipogrifo, un caballo con alas, cabeza y patas delanteras de águila, y allí está todo lo que se pierde en la Tierra, los suspiros de los amantes no correspondidos, los proyectos que nunca se realizaron… quizás estén allí también todas las medias que se pierden en las lavadoras.
En el siglo diecisiete tenemos varias obras en las que sus protagonistas alcanzan nuestro satélite, propulsados por animales, como en El hombre en la Luna (1638) de F. Godwin, donde un náufrago encuentra unos gansos que serán los animales de tiro; o por diablos, como en la novela de Kepler, que, además de ser uno de los principales astrónomos de la antigüedad, también escribió El sueño (1608). O, ya en el XIX, Alejandro Dumas en Un viaje a la Luna (1860) hace que un águila abandone en nuestro satélite al protagonista.
¿No imaginaban medios mecánicos para alcanzar a la señora de las noches?, pues la primera novela donde se inventa una máquina autopropulsada para llegar a ella es en Los descubrimientos de los mundos de la Luna, de John Wilkins (1638).
El romántico heroico Cyrano de Bergerac, afirma en Viaje a Luna o historia cómica de los imperios y estados de la Luna, (1657) haber llegado a la Luna gracias a una máquina impulsada por cohetes de agua.
En el XVIII Voltaire y Manuel Antonio de Rivas también se dejan seducir por el embrujo lunar y se inventan medios para hacer que sus historias se desarrollen allá. Las Aventuras del Barón de Münchhausen en las que el barón no llega a la Luna una, sino dos veces. Poe se une a la locura lunar y hace que Hans Pfaall llegue a la Luna en un globo lleno de un gas más ligero que el hidrógeno. Pero es el visionario Julio Verne en De la tierra a la Luna, quien pronostica que una bala de cañón gigante sería lanzada desde Florida. Incluso avisa de que cálculos erróneos pueden llegar a dar al traste con la misión. Aunque en Viaje alrededor de la Luna la historia tiene un final feliz. H. G. Wells también conquista la Luna, igual que Tintín, que en sus historietas vive una aventura muy parecida a lo que más tarde sería la realidad.
En todas estas historias fantásticas y literarias se trata de despejar de uno u otro modo los tres problemas que han de resolverse en la carrera espacial: hay que vencer la gravedad terrestre, hay que lograr inventar algo que pueda impulsar un cohete en el vacío, y, claro está, hay que regresar, a ser posible sanos y salvos.
Es durante la Guerra Fría cuando las dos grandes potencias mundiales saltan las fronteras terrestres y se disputan la solución del primer problema: empezaba la carrera espacial, aunque el pistoletazo de salida lo había dado mucho antes el investigador ruso Konstantin Tsiolkovsky que propuso utilizar un motor que utilizara hidrógeno y oxígeno líquido. Con este precursor teórico fueron los soviéticos quienes, el 4 de octubre de 1957, lanzaron el Sputnik 1.
Un mes después se lanzó el Sputnik 2, con Laika a bordo, esta perra fue el primer ser vivo sacrificado en aras de la conquista del espacio. Pero estos dos no fueron los únicos, ni Sputniks, (ya que se lanzaron más de diez), ni perros espaciales, (ya que muchos de aquellos llevaban tripulantes caninos).
Mientras tanto, los estadounidenses hacían experimentos con primates en el Proyecto Mercury. El chimpancé Ham fue el primer homínido astronauta el 31 de enero de 1961. En este caso Ham volvió sano y salvo.
Unos meses más tarde, en abril de 1961, el ruso Gagarin fue el primer hombre en volar alrededor de la Tierra, convirtiéndose así en un héroe nacional en la Unión Soviética.
John Kennedy afirmó el 25 de mayo de 1961 que los norteamericanos pondrían el pie en la Luna antes de 1970 y así fue, el 21 de julio de 1969 Neil Armstrong descendía del Apolo 11. “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad.»
El último punto importante es el traer de vuelta, sanos y salvos, a los tripulantes. Es ahí donde Panamá entra en la carrera espacial. La mayor parte de estas muertes no han ocurrido en el espacio, sino durante el despegue y el aterrizaje, los expertos de la NASA sabían eso, y según sus cálculos el aterrizaje se produciría en una selva. Así que enviaron a Neil Armstrong y al resto del equipo del Apolo 11 a entrenarse en nuestra selva con Manuel Antonio Zarco, un indígena emberá.
En diciembre de 1972 la tripulación del Apolo 17 fue la última que pisó la Luna, aunque desde entonces se han enviado numerosas sondas espaciales dentro y fuera de nuestro sistema solar, desde el noviembre del año 2000 la Estación Espacial Internacional ha estado habitada continuamente, y en medio de la pandemia mundial de COVID-19, el pasado 30 de mayo, SpaceX lanzó con éxito el primer vuelo espacial privado tripulado hacia la Estación Espacial Internacional.
Un hito excepcional que marca una nueva era en el sueño de la conquista de la Luna.