Las pestes asolan todos los reinos de los seres vivos, como los agricultores saben muy bien hay plagas que extinguen especies vegetales, en los animales, por ejemplo, la toxoplasmosis diezma las poblaciones europeas de conejos, la encefalopatía espongiforme bovina afecta a las vacas y eventualmente al ser humano nos toca alguna.
¿Cuál fue la primera peste que diezmó la raza humana? No lo podemos saber, pero sí sabemos cuál es la primera que recogen las crónicas históricas, y esa fue la peste de Justiniano. Durante el reinado del emperador Justiniano, en el siglo VI, vivían en Constantinopla casi un millón de personas, la peste llegó a infectar al emperador, que acabó salvándose. No así los cerca de 4 millones de súbditos que cayeron fulminados.
Hubo brotes y rebrotes seguidos por épocas en las que la enfermedad se mantuvo latente, se estima que desde mediados del siglo sexto hasta mediados del siglo octavo murieron unos 50 millones de personas.
Cuando hablamos de la peste negra, provocada por la bacteria Yersinia pestis y transmitida a los humanos por las pulgas Xenopsylla cheopis pensamos que es algo perdido en el tiempo y nada más lejos de la realidad puesto que en 2017 hubo una epidemia en Madagascar; pero la peste negra era ya una vieja conocida a mediados del siglo XIV cuando Europa sufrió el peor brote de esta enfermedad del que se tiene noticia. Según algunos estudios murió el 62% de la población europea. Algunas ciudades italianas a mediados del XIV trataron de confinar a sus habitantes para protegerse de la peste, y los apestados fueron usados como armas químicas.
Pero los virus también han sido responsables de millones de muertes a lo largo de la historia. Empezando por los dos tipos de virus que causan la viruela (Variola major y Variola minor), o mejor dicho, dos variantes del virus Variola virus que lleva con el ser humano desde hace por lo menos 10 000 años. Su alto índice de contagio diezmó la población mundial desde su aparición, llegando a tener tasas de mortalidad de hasta el 30%. En Europa tuvo un periodo de expansión dramático durante el siglo XVIII, infectando y desfigurando a millones de personas. Se expandió masivamente en el nuevo mundo cuando los conquistadores empezaron a cruzar el océano afectando de manera terrible una población sin anticuerpos. Siendo también usada la viruela por los ingleses como parte de la guerra química contra los indígenas americanos.
La viruela es una de la dos únicas enfermedades que se consideran extintas, en 1977 se registró el último caso de contagio del virus, que se declaró extinguido en 1980.
Lejos de estar extinta la gripe es otra enfermedad vírica que se ha cebado con los Homo sapiens desde hace siglos, en sus distintas variedades. Puede ser que la más famosa haya sido la mal llamada ‘Gripe española’, que en realidad empezó en Estados Unidos en marzo de 1918. Causada por el virus H1N1, The spanish lady, ‘La dama española’ se llamó así porque, mientras España se mantenía neutral en la Gran Guerra y divulgaba las noticias de las muertes, el resto de los países implicados en la guerra intentaron ocultar los datos en un intento desesperado de evitar el pánico y el caos entre las tropas. La llegada de la enfermedad se intentaba minimizar u ocultar para evitar que se detuviera la actividad económica por el miedo al contagio, lo que implicaría el desabastecimiento de los ejércitos aliados y las deserciones en masa de los combatientes.
De esa manera fueron los mismos soldados los que extendieron la plaga vírica a lo largo de los frentes, la mortalidad aunada de gripe y guerra se llevó por delante a unos 100 millones de personas.
En China surgió, unas décadas más tarde, otra cepa del virus de la gripe A (H2N2), esta gripe, con un origen aviar, fue registrada por primera vez en la península de Yunán, aunque se sospecha que la H2N2 fue también la causante de la pandemia de 1889, la gripe rusa.
Sea como fuere, en 1957 y en menos de un año, se había propagado por todo el mundo. Y tan solo diez años después apareció la gripe de Hong Kong, una variación del virus de la gripe A (H3N2) que se registró en 1968 matando a un millón de personas. Unos años después, y también en Hong Kong, apareció la variedad A(H5N1) del virus. En el año 2009-2010 reapareció la cepa A (H1N1) en Veracruz, México, y en marzo de 2013, de nuevo en China, surgió el subtipo A (H7N9).
Pero no es el virus de la gripe el único que mata millones de personas al año. Una de las pandemias humanas más graves es la del virus de la inmunodeficiencia humana, el VIH, que en estadios avanzados causa el síndrome de inmunodeficiencia adquirida y que desde los primeros casos documentados en 1980 ha sido la causa de cerca de 25 millones de defunciones en todo el mundo.
Pero quizás sea el arbovirus de la familia Flaviviridae el que más flagela a los seres humanos. Este virus, causante del dengue, produce entre 50 y 100 millones de infecciones al año, se transmite mediante la picadura del mosquito Aedes aegypti, que se cría en agua estancada y se extiende por todas las regiones tropicales y subtropicales del globo, sin que, hasta el momento, haya vacuna o se haya podido erradicar.
Durante siglos se creía que las plagas y las pestes eran castigos enviados por Dios para castigar los pecados de la humanidad, desde las plagas de Egipto hasta el jinete del caballo amarillo en el Apocalipsis, la enfermedad contagiosa tenía un origen extrahumano. Siendo producidas por cometas, por conjunciones astrológicas o por el enfado de algún ser divino. No fue hasta la segunda mitad del siglo XIX, con las investigaciones de Louis Pasteur o Robert Koch cuando se consigue descubrir las bases etiológicas de las enfermedades provocadas por bacilos y virus y de esta manera se empieza a desarrollar las líneas de medicinas y las vacunas para poder protegernos de ellas.
Hoy, confinados como hace siglos y asediados por el coronavirus, estamos esperando una vacuna que nos pueda proteger, por lo menos hasta que surja un nuevo asesino.