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Etiqueta: Efectos

Olas de calor y cambio climático: ¿Qué está pasando?

El cambio climático se refiere al calentamiento global provocado por la emisión de gases de efecto invernadero, principalmente debido a la quema de combustibles fósiles y otras actividades humanas. Esto está alterando los patrones climáticos mundiales. Las olas de calor, por su parte, son periodos de temperaturas anormalmente altas que exceden lo esperado para una región específica en esa época del año. Suelen durar días o semanas.

Existe una relación directa entre el cambio climático y el aumento en la frecuencia, duración e intensidad de las olas de calor. A medida que el planeta se calienta debido al aumento de gases de efecto invernadero, se genera un desequilibrio en los sistemas climáticos que da lugar a temperaturas extremas. Diversos estudios científicos han encontrado que el cambio climático antropogénico ha hecho de las olas de calor, fenómenos más probables e intensos. Si las emisiones siguen aumentando, se proyecta que este tipo de eventos extremos serán aún más frecuentes y severos en las próximas décadas.

El cambio climático exacerbado por la actividad humana está directamente relacionado con la proliferación de olas de calor que estamos presenciando alrededor del mundo. Es un síntoma claro del desequilibrio que hemos generado en los sistemas terrestres.

Efectos de las olas de calor 

Las olas de calor extremo pueden tener graves consecuencias en la salud humana, la economía y el medio ambiente:

Salud humana:

  • Golpes de calor: son potencialmente mortales al elevar la temperatura corporal por encima de 40°C.
  • Agotamiento por calor: provoca mareos, desmayos y calambres por la pérdida excesiva de sales y líquidos.
  • Exacerbación de enfermedades crónicas: insuficiencia cardíaca, renal, EPOC.
  • Aumento de la mortalidad: especialmente en niños pequeños y adultos mayores.

Economía

  • Pérdida de productividad laboral por los riesgos a la salud.
  • Daños a cultivos e infraestructura.
  • Mayores costos de energía por uso intensivo de aire acondicionado.
  • Impacto en sectores como turismo, construcción y agricultura.

Medio ambiente

  • Muerte masiva de especies de flora y fauna.
  • Aumento de incendios forestales.
  • Derretimiento más rápido de glaciares y casquetes polares.
  • Blanqueamiento y muerte masiva de corales.
  • Liberación de metano del derretimiento del permafrost.

Claramente, las olas de calor extremas tienen efectos muy negativos que nos afectan en distintos aspectos. Su prevención debe ser una prioridad global.

¿Qué podemos hacer ante las olas de calor?

Algunas medidas que pueden ayudar a mitigar los efectos de las olas de calor son:

A nivel individual:

  • hidratarse continuamente, usar ropa liviana, buscar ambientes frescos, evitar actividades extenuantes en horas pico de calor, nunca dejar niños o mascotas en el interior de vehículos.

A nivel de ciudades:

  • aumentar áreas verdes, techar paradas de transporte público, instalar fuentes de agua potable, pintar tejados y calles con colores reflectantes, crear centros de enfriamiento con aire acondicionado para la población vulnerable.
  • Contar con protocolos de emergencia resulta fundamental: sistemas de alerta temprana de olas de calor, capacitación a equipos de salud, reforzar la atención en hospitales durante estos eventos.

Políticas públicas:

  • regular horarios y condiciones laborales durante olas de calor, subsidiar mejoras en aislamiento térmico de viviendas, promover transporte público y medios no contaminantes.
  • Reducir emisiones de gases de efecto invernadero: esto es clave para frenar el cambio climático y disminuir la frecuencia e intensidad de estos fenómenos a largo plazo.
  • Cooperación global: se requieren esfuerzos conjuntos de todos los países para limitar el calentamiento global y apoyar a las regiones más vulnerables a enfrentar los impactos.

La combinación de medidas individuales, locales y globales puede ayudar a salvar vidas y proteger a las poblaciones durante las olas de calor, mientras se ataca la raíz del problema mitigando el cambio climático.

Medidas domésticas para mitigar el efecto de las olas de calor 

  • Mantener la hidratación constante de todas las personas y mascotas. Tener siempre agua fresca disponible.
  • Colocar cortinas en las ventanas y mantenerlas cerradas durante el día, abriéndolas en la noche para ventilar. Instalar toldos o persianas en ventana con orientación sol.
  • Usar ventiladores y aire acondicionado si se cuenta con ellos, preferiblemente en un solo ambiente durante las horas de más calor.
  • Reemplazar ampolletas comunes por bombillas LED que emiten menos calor.
  • Pintar el techo de blanco y verificar aislamiento térmico del hogar.
  • No prender estufas para cocinar en horas pico de calor.
  • Vestir ropa holgada, liviana, de colores claros y de tejidos transpirantes.
  • Evitar salidas innecesarias a la calle en las horas de más sol y calor.
  • No dejar nunca a niños o mascotas encerrados en vehículos.
  • Contar con medicamentos para emergencias y números de asistencia médica a mano.

Con medidas preventivas y de sentido común se puede ayudar a minimizar los efectos de las olas de calor dentro del hogar, especialmente para proteger a niños y ancianos.

Cuidados al bañarse durante una ola de calor

  • El agua muy fría puede ser contraproducente, ya que hace que el cuerpo trabaje más para mantener la temperatura.
  • Pero el agua tibia o caliente aumenta aún más la temperatura corporal, por lo que no es recomendable en este contexto.
  • Lo ideal es usar agua fresca, no helada, para ayudar a bajar la temperatura del cuerpo de forma segura. Una ducha fresca puede hacer descender la temperatura corporal hasta 3°C.
  • También se puede mojar la cabeza, muñecas, tobillos y otras zonas de pulso con agua fresca para refrescarse.
  • Es importante no excederse en duchas muy frías durante las olas de calor, para evitar el choque térmico.

Un estudio analiza cómo los efectos en el cerebro del coronavirus pueden producir COVID-19 persistente

La doctora Serena Spudich, catedrática de neurología Gilbert H. Glaser en la Universidad de Yale (Estados Unidos), ha publicado un artículo en la revista científica ‘Science’ en el que analiza cómo los efectos en el cerebro del coronavirus pueden producir COVID-19 persistente.

Puede que la COVID-19 sea principalmente una enfermedad respiratoria, pero su alcance se extiende mucho más allá de los pulmones. Desde el inicio de la pandemia, los neurólogos han visto claramente que la enfermedad puede afectar incluso a nuestro órgano más preciado: el cerebro.

Las complicaciones neurológicas y psiquiátricas de la COVID-19 son increíblemente diversas y a veces persisten mucho después de que los pacientes se recuperen de sus infecciones iniciales. El estudio de los mecanismos que subyacen a estas complicaciones es una necesidad urgente para ayudar a quienes luchan contra los síntomas persistentes

«Muchos pacientes están desesperados por volver a su vida normal, y es muy frustrante para ellos que carezcamos de terapias específicas para sus afecciones. Hasta que no entendamos la fisiopatología, no podremos orientar adecuadamente su tratamiento», reflexiona la investigadora.

Un aspecto del virus que ha sorprendido mucho a Spudich es la heterogeneidad de los síntomas que provoca. Incluso en los casos leves, la COVID-19 puede causar confusión, delirio, somnolencia, mala función cognitiva, intensos dolores de cabeza y molestas sensaciones en la piel. En los casos más graves, los pacientes han sufrido complicaciones tan graves como accidentes cerebrovasculares.

Aunque los investigadores se centraron inicialmente en las complicaciones durante la fase aguda de la enfermedad, a medida que la pandemia avanzaba pronto se dieron cuenta de que muchas de estas complicaciones podían ser duraderas.

«Ahora hay muchos, muchos casos de personas que tienen síntomas persistentes durante meses. A esto se le llama COVID-19 persistente. A menudo, han tenido una resolución completa de sus fiebres y problemas respiratorios, pero siguen teniendo problemas de pensamiento, concentración, memoria o dificultades con sensaciones extrañas y dolores de cabeza», dice Spudich.

Al principio de la pandemia, a los investigadores les preocupaba que los síntomas neurológicos pudieran atribuirse a que el SARS-CoV-2 pudiera invadir y replicarse en las células cerebrales y dañar directamente el cerebro. Sin embargo, la gran mayoría de las pruebas actuales revelan que no es así.

«En nuestro artículo, acumulamos las pruebas que se han investigado sistemáticamente y resumimos cómo se ve afectado el cerebro durante la COVID-19 aguda. Descubrimos que la mayoría de las investigaciones apuntan a una lesión mediada por el sistema inmunitario, en lugar de que el virus entre realmente en el cerebro y mate las células allí», apunta Spudich.

Los investigadores pueden buscar la presencia de patógenos en el sistema nervioso mediante el estudio del líquido cefalorraquídeo (LCR), el líquido que rodea el cerebro y la columna vertebral. De los muchos estudios que se han realizado en todo el mundo, muy pocos han detectado restos de SARS-CoV-2 en el LCR. Además, los estudios de autopsia (que a veces pueden detectar fragmentos virales en el cerebro) tampoco han encontrado partículas remanentes.

Sin embargo, incluso en ausencia de un virus replicante, la COVID-19 puede contribuir a los cambios inmunológicos. En concreto, los estudios han apuntado a un aumento de los marcadores de activación inmunitaria e inflamación en el LCR y el cerebro que puede ser la base de los síntomas. Por ejemplo, las células inmunitarias liberan ciertas proteínas para combatir la infección, pero éstas también pueden tener efectos no deseados que interfieren en la función neurológica.

«Creemos que en algunas personas que contraen COVID-19 y sufren síntomas neurológicos, el sistema inmunitario está provocando cambios en el sistema nervioso que acaban haciéndolos sintomáticos», explica la investigadora.

Además, los científicos creen que algunos síntomas pueden estar causados por la autoinmunidad, en la que el sistema inmunitario se activa para combatir un patógeno entrante, pero reconoce por error las propias células del cuerpo como objetivos. «En estos casos, el sistema inmunitario se equivoca y ataca a sus propias células cerebrales o nerviosas periféricas, provocando consecuencias neurológicas o psiquiátricas», detalla Spudich.

La persistencia de los problemas tras la desaparición de la infección aguda en los pacientes es un fenómeno aún más desconcertante. Dado que la presentación de la COVID-19 persistente es muy heterogénea y que las pruebas clínicas a las que se someten los pacientes suelen ser normales, es una enfermedad especialmente difícil de estudiar.

La COVID-19 persistente puede ser el resultado de una neuroinflamación persistente desencadenada durante la infección aguda, o de otro tipo de cambios relacionados con la autoinmunidad. Sin embargo, en la actualidad se carece de pruebas claras que respalden cualquiera de las dos hipótesis. Dado que se presenta de formas muy diversas, será necesario que muchos especialistas diferentes trabajen juntos para comprender su fisiopatología.

Para muchos enfermos de COVID-19 persistente, su condición puede perjudicar su capacidad de trabajo y reducir significativamente su calidad de vida. El número de personas que han solicitado la baja laboral debido a esta enfermedad es «asombroso», afirma la investigadora, por lo que es esencial seguir investigando para ayudar a las personas a recuperar su vida.

Por ejemplo, si la investigación descubre que el exceso de inflamación o un ataque autoinmune en el cerebro es el culpable de ciertos síntomas neurológicos a largo plazo, esto ayudaría a los científicos a desarrollar terapias más específicas.

Spudich también cree que es necesario seguir investigando para entender si tener COVID-19 persistente predispone a los individuos a tener más problemas en el futuro. Faltan datos, por ejemplo, sobre si los pacientes tienen más riesgo de desarrollar demencia u otras consecuencias neurológicas.

Mediante la observación de las diferentes células y proteínas que rodean el cerebro y que pueden medirse en el LCR, estos investigadores están estudiando cómo funcionan de forma diferente en las personas que tienen COVID-19 persistente en comparación con las que no desarrollaron complicaciones posteriores.

También están utilizando imágenes de resonancia magnética para estudiar las diferencias estructurales y funcionales del cerebro entre estos grupos. Spudich espera que su trabajo no sólo proporcione respuestas a quienes luchan contra los efectos de la COVID-19, sino que también arroje luz sobre otras infecciones víricas poco conocidas, como la enfermedad de Lyme.