El camino hacia el desarrollo: los pilares que sostienen el progreso de un país

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¿Qué hace que un país prospere? ¿Cómo logran algunas naciones salir de la pobreza y convertirse en modelos de bienestar, mientras otras permanecen atrapadas en ciclos de subdesarrollo? El desarrollo de un país no es un accidente ni un regalo del destino; es el resultado de una combinación compleja de factores humanos, sociales, económicos, legales y políticos que, bien alineados, impulsan a una sociedad hacia un futuro más próspero. En este reportaje exploraremos estos elementos esenciales, apoyándonos en ejemplos de países que han recorrido este camino, así como en datos e informes confiables que iluminan el proceso.

Desarrollo humano: la base del progreso

El desarrollo humano es el cimiento sobre el que se construye todo lo demás. Según el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), este aspecto mide la esperanza de vida, el acceso a la educación y el ingreso per cápita. Países como Noruega, que encabezó el IDH en 2021 con un puntaje de 0.961, demuestran cómo invertir en las personas genera resultados extraordinarios. Con una esperanza de vida de 83 años, un sistema educativo gratuito y de alta calidad, y un ingreso per cápita superior a los 67,000 dólares (PPA), Noruega no solo ofrece bienestar, sino que empodera a su población para contribuir al crecimiento colectivo.

La educación, en particular, es un motor clave. Un estudio de Barro y Lee (2013) encontró que cada año adicional de escolaridad incrementa el PIB per cápita en un 1.5% a largo plazo. Singapur es un caso fascinante: en los años 60, era una nación en desarrollo con un PIB per cápita de apenas 500 dólares. Hoy supera los 82,000 dólares (PPA), según el Banco Mundial (2023). ¿El secreto? Una apuesta decidida por la educación técnica y superior, que transformó a su fuerza laboral en una de las más competitivas del mundo. Sin embargo, no basta con escuelas: la salud también es crucial. En Corea del Sur, la cobertura sanitaria universal, implementada desde los años 80, redujo la mortalidad infantil de 45 a 3 por cada 1,000 nacidos vivos entre 1960 y 2020, según la OMS, liberando potencial humano para el desarrollo.

Factores sociales: tejiendo una red de equidad

El tejido social de un país determina si el desarrollo beneficia a todos o solo a unos pocos. La desigualdad, medida por el coeficiente de Gini, puede ser un obstáculo insalvable. Chile, por ejemplo, pese a su PIB per cápita de 28,000 dólares (PPA, Banco Mundial 2023), tiene un Gini de 44.9 (2022), uno de los más altos de la OCDE, lo que refleja una brecha persistente entre ricos y pobres. Esto contrasta con Dinamarca, donde un Gini de 28.2 (2021) y un robusto sistema de bienestar social aseguran que los beneficios del crecimiento lleguen a la mayoría.

La cohesión social también depende de la inclusión. Un informe de la CEPAL (2022) destaca que países con políticas de igualdad de género, como Suecia, no solo mejoran la calidad de vida, sino que aumentan la productividad. En Suecia, el 47% de los parlamentarios son mujeres (2023), y su economía ha crecido sostenidamente gracias a una fuerza laboral diversa. Por el contrario, en naciones donde persisten barreras sociales, como la discriminación étnica o de género, el desarrollo se estanca. Ruanda, tras el genocidio de 1994, apostó por la reconciliación y la inclusión, logrando un crecimiento promedio del PIB del 7.5% anual entre 2000 y 2019 (Banco Mundial), un ejemplo de cómo sanar heridas sociales puede desatar potencial económico.

La economía: el motor del crecimiento sostenido

Sin una economía sólida, el desarrollo es un sueño inalcanzable. El crecimiento económico sostenido, medido por el PIB, requiere inversión en infraestructura, innovación y capital humano. Japón, devastado tras la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en la segunda economía mundial en las décadas de 1970 y 80 gracias a una estrategia que combinó exportaciones, tecnología y educación. Entre 1955 y 1973, su PIB creció a un promedio del 9.2% anual (FMI), un «milagro» impulsado por políticas industriales y una mano de obra cualificada.

Sin embargo, el PIB no lo es todo. Amartya Sen, premio Nobel de Economía, argumenta en su libro Desarrollo como libertad (1999) que el crecimiento debe traducirse en bienestar. Botsuana ofrece un ejemplo inspirador: tras su independencia en 1966, aprovechó sus diamantes para financiar educación y salud, elevando su IDH de 0.438 en 1970 a 0.693 en 2021 (PNUD). A diferencia de otros países ricos en recursos, evitó la «maldición de los recursos» gracias a una gestión transparente, lo que demuestra que la economía debe estar al servicio de las personas.

La apertura comercial también juega un papel. Según un estudio de la OCDE (2020), los países que integran sus economías al mercado global, como Alemania, tienden a crecer más rápido. Alemania exporta bienes por valor de 1.6 billones de euros anuales (2023), apoyada en su industria automotriz y tecnológica, lo que sostiene su PIB per cápita de 57,000 dólares (PPA).

Un sistema legal sólido y transparente es el pegamento que une los demás elementos. La corrupción, según el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional (2023), frena el desarrollo al desviar recursos. Nigeria, con un puntaje de 24/100, pierde anualmente un estimado de 30% de su presupuesto público por corrupción (Banco Mundial, 2022), lo que limita su capacidad de invertir en infraestructura o servicios.

En contraste, Nueva Zelanda, con un puntaje de 87/100, es un ejemplo de cómo la confianza en las instituciones fomenta el desarrollo. Su marco legal protege los derechos de propiedad y facilita la inversión, ayudándola a mantener un PIB per cápita de 49,000 dólares (PPA, 2023). Un estudio de Kaufmann y Kraay (2002) respalda esto: los países con mejor gobernanza crecen hasta un 2% más rápido por año. Singapur, nuevamente, brilla aquí: su transición de puerto colonial a potencia global se basó en leyes estrictas contra la corrupción y un sistema judicial eficiente, atrayendo inversión extranjera que alcanzó los 141 mil millones de dólares en 2022 (FMI).

La política: liderazgo con visión

Finalmente, el desarrollo requiere liderazgo político que priorice el bien común sobre intereses partidistas. La estabilidad política es esencial: según el Banco Mundial (2021), los países con conflictos prolongados crecen 2.3% menos al año que los estables. Somalia, con un IDH de 0.361 (2021), es un triste ejemplo de cómo la inestabilidad política perpetúa la pobreza.

Por otro lado, el consenso político puede obrar maravillas. En Corea del Sur, el gobierno de Park Chung-hee en los 60 y 70 impulsó planes quinquenales que industrializaron el país, elevando su PIB per cápita de 100 dólares en 1960 a más de 33,000 en 2023 (Banco Mundial). Este éxito no estuvo exento de críticas por su autoritarismo, pero sentó las bases para una democracia próspera. Más recientemente, Estonia, tras la caída de la URSS, adoptó reformas políticas y económicas radicales, como la digitalización del gobierno, alcanzando un IDH de 0.899 (2021) y un crecimiento promedio del 4% anual desde 2000.

Lecciones y desafíos

El desarrollo no sigue una receta única, pero los casos de Noruega, Singapur, Corea del Sur y otros revelan patrones claros: invertir en las personas, reducir desigualdades, construir economías resilientes, garantizar leyes justas y liderar con visión. Sin embargo, el camino está lleno de obstáculos. El cambio climático, por ejemplo, amenaza a países como Bangladesh, donde el 7% del PIB se pierde anualmente por desastres naturales (Banco Mundial, 2023). La CEPAL advierte en su Estudio Económico 2024 que América Latina debe superar la “trampa del bajo crecimiento” para avanzar.

Para el lector común, estas historias son un recordatorio: el desarrollo es posible, pero requiere esfuerzo colectivo. Como dijo Kofi Annan, un país desarrollado es aquel que ofrece “una vida libre y saludable en un ambiente seguro”. Lograrlo depende de todos nosotros.

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