Panamá atraviesa por un laberinto peligroso; no por las amenazas de Trump o por los arbitrajes y demandas internacionales, sino porque su propia sociedad está sumamente dividida. Y esta división se alimentó desde el momento que no fuimos capaces de cambiar la constitución de 1972, catalogada como la «militarista», por otra que nos llevara al desarrollo humano. Parece que, para los que llegaron al poder, el plan era «ahora me toca a mí». Y la división es tanta que una ley como la de la Caja se complica aprobarla por los intereses de cada grupo. Y el peligro es mayor por cuanto no hay un liderazgo fuerte que tenga la capacidad de llegar a consensos. Los partidos políticos de gobierno y oposición tienen sus propios pandemonios y los gremios obreros y sindicales también están sumergidos en polémicas. ¿Y qué decir de la iglesia o la universidad? Al parecer también perdieron ese pedestal en el que gozaban de un gran respeto. ¿Y los empresarios? Tampoco logran consensuar una confianza general como cuando lideraron la Cruzada Civilista. Pero los panameños estamos obligados a romper ese desencuentro y acercar posiciones mínimas para reconstruir el tejido social necesario para el país. Si no nos unimos, entraremos en una vorágine decadente muy peligrosa. ¡Así de simple!
Editorial escrito por el periodista Gerardo Berroa Loo