Hace ya unos años, la protesta de varios grupos a quienes se les cataloga de «radicales», dejó de ser marchas pacíficas y de pañuelos blancos. La protesta mutó a la confrontación directa y la preparación para la acción con piedras, bombas molotov y varillas. El fin de este tipo de protesta va más allá del reclamo legítimo y apunta al desgaste del sistema de gobierno imperante para luego dar el salto a la toma del poder. Ocurrió en Chile, donde las manifestaciones fueron tan violentas que causaron destrozos de oficinas y edificios públicos, del metro y muchos activos más. Se obligó a la convocatoria de una constituyente y en las elecciones se tomaron el poder. En Colombia se repitió la estrategia y las violentas protestas dieron paso al ascenso al poder de Gustavo Petro. Eso sí, el desgaste de años de la centroderecha de Colombia, así como la de Chile, era abismal. Panamá ha experimentado un deterioro paulatino en su democracia desde los últimos 30 años. La pregunta es: ¿los panameños darían paso a un gobierno identificado con la izquierda o uno liderado por el grupo de trabajadores de la construcción y los indígenas? La respuesta puede ser prematura, pero valga recordar el viejo refrán de que «gota a gota se horada la roca». El actual gobierno tiene que analizar a profundidad la situación política del país y no alentar al hartazgo general, porque permitir que siga alimentándose el rencor y la frustración será el mejor caldo de cultivo para que aparezcan los políticos oportunistas y nos lleven a dónde no queremos ir. ¡Así de simple!
Editorial escrito por el periodista Gerardo Berroa Loo