Desde su recuperación, la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) ha administrado con éxito esta vía interoceánica, convirtiéndola en un modelo de eficiencia y crecimiento.
Los recientes reclamos estridentes y carentes de sustento del presidente Trump sobre el Canal de Panamá, no solo reflejan un desconocimiento histórico y geopolítico, sino que también constituyen una intromisión burda e inaceptable en asuntos soberanos de Panamá, y han reavivado un viejo debate que, para los panameños, trasciende lo político y económico: se trata de nuestra soberanía, de nuestra historia de lucha y de nuestra identidad nacional. Sin embargo, el desafío que enfrentamos hoy va más allá del orgullo patriótico. Nos encontramos en una encrucijada donde la dignidad nacional debe armonizarse con la realidad geopolítica y económica del mundo actual, con actuaciones que superen las tensiones creadas innecesariamente ante el menosprecio de la capacidad de nuestro país para administrar con éxito su infraestructura estratégica.
Como es sabido, Panamá logró recuperar el control del Canal tras un largo proceso que incluyó la firma de los Tratados Torrijos-Carter, en 1977, y la transferencia efectiva, el 31 de diciembre de 1999. Esta victoria fue el resultado de décadas de lucha diplomática, sacrificio y determinación, y hoy, el Canal representa no solo un símbolo de nuestra soberanía, sino también el pilar de nuestra economía.
Desde su recuperación, la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) ha administrado con éxito esta vía interoceánica, convirtiéndola en un modelo de eficiencia y crecimiento. Sin embargo, su importancia estratégica sigue despertando el interés de potencias extranjeras, y las declaraciones recientes del mandatario estadounidense han vuelto a poner el foco sobre el control y la seguridad del Canal.
El discurso populista del presidente Trump y las presiones externas no deben distraernos de nuestro verdadero objetivo: que es seguir consolidando nuestra independencia sobre el Canal
En un mundo interconectado, la administración del Canal de Panamá no puede analizarse únicamente desde una perspectiva nacionalista. Su rol en el comercio global lo convierte en un punto clave de la geopolítica, lo que nos obliga a mantener un delicado equilibrio entre la defensa de nuestra soberanía y la necesidad de gestionar las relaciones internacionales con prudencia e inteligencia.
La creciente rivalidad entre Estados Unidos y China, sumada a los desafíos del comercio internacional y los cambios climáticos que afectan el nivel del agua en el Lago Gatún, imponen retos adicionales a la administración del Canal. Frente a este escenario, Panamá debe demostrar capacidad de liderazgo, diplomacia y visión estratégica para garantizar que el Canal continúe operando de manera soberana, eficiente y en beneficio del país.
Desde un punto de vista militar , públicamente los expertos han dicho que el Canal de Panamá es, en esencia, indefendible. Por lo que no hay espacio para sugerir que una potencia extranjera, como China, podría hundir un barco para impedir el tránsito, eso mismo podría hacer cualquier otro país o incluso individuos con intereses particulares, incluyendo panameños. La vulnerabilidad de esta infraestructura crítica resalta la importancia de mantener relaciones internacionales estables y garantizar que el Canal se mantenga operativo y seguro mediante una estrategia basada en cooperación y diplomacia.
El discurso populista del presidente Trump y las presiones externas no deben distraernos de nuestro verdadero objetivo: que es seguir consolidando nuestra independencia sobre el Canal sin perder de vista los desafíos económicos y políticos que esta infraestructura enfrenta. Panamá debe fortalecer su marco institucional, garantizar la transparencia en la gestión del Canal y mantener una política exterior que priorice el diálogo y el respeto a los acuerdos internacionales.
Es natural sentir indignación cuando voces extranjeras ponen en duda nuestra capacidad de administrar nuestro propio territorio, pero la respuesta no debe ser solo una reafirmación de orgullo nacionalista. La dignidad se defiende con acciones concretas, con gestión eficiente y con una política exterior que afirme nuestra autonomía sin aislarnos del mundo.
En este dilema entre la dignidad y la realidad, Panamá tiene la oportunidad de demostrar que la soberanía no es solo una bandera que se alza en los discursos, sino una responsabilidad que se ejerce con inteligencia, visión y determinación y que la vocación de Panamá, desde su independencia, es servir para beneficio del mundo, tal como lo indica nuestro escudo nacional.Confiamos en la capacidad de nuestro actual Presidente, que sin duda sabrá mantener en alto nuestra bandera y despejar toda duda sobre acusaciones infundadas,y que sabrá sacar cosas buenas de todo este mal incidente.