TODOS LOS CALLEJONES LLEVAN A MACONDO

Texto: Manuel Montilla (Panamá)

y Adriano Corrales Arias (Costa Rica)

Ilustraciones: Manuel E. Montilla + Copilot & Photoshop

En entrevista efectuada por Caracol Radio en 1991, Gabriel García Márquez expresó: «La razón por la cual no quiero que Cien años de soledad se haga en cine es porque la novela, a diferencia del cine, deja al lector un margen de creación que le permite imaginarse a los personajes, a los ambientes y a las situaciones como ellos creen que es.»

García Márquez marca de forma indeleble el panorama literario ecuménico con «Cien años de soledad». Esta novela no solo consolida al escritor de Aracataca como uno de los gigantes de la literatura latinoamericana, sino que define el género del realismo mágico. La historia de la familia Buendía en Macondo es una épica rica en simbolismos y explora temas como el amor, la soledad, el poder y el aciago destino. Transmutar una obra de tal magnitud y complejidad en una versión audiovisual es, sin lugar a duda, una tarea ciclópea.


Netflix asume la ambiciosa tarea de adaptar la novela de García Márquez a una serie, prometiendo respetar la esencia de la obra. Las adaptaciones exitosas en el pasado han demostrado que es posible traducir la literatura al cine de manera efectiva. «El Señor de los Anillos» de J.R.R. Tolkien, adaptada por Peter Jackson, logra capturar el mundo de la Tierra Media, con algunas concesiones y modificaciones.

En el caso de «Cien años de soledad», el éxito de la puesta en escena de Netflix depende, en no poca medida, de su fidelidad al tono y al espíritu de la creación original. Es crucial que los cineastas logren mantener el equilibrio entre la trama y los elementos estilísticos únicos de la novela. Las decisiones en cuanto a la dirección artística, el guion y las actuaciones serán determinantes. Si la serie logra captar la magia de Macondo y los intrincados destinos de la familia Buendía, puede aspirar, quizá, a honrar el legado literario de García Márquez.

Cada decisión creativa influye en cómo los espectadores perciben la historia. En la novela, el escritor utiliza un estilo narrativo que mezcla la realidad con lo fantástico de manera fluida. La pregunta es si la serie podrá mantener este delicado balance sin caer en la trivialización de los elementos mágicos.


Nuestro apreciado cófrade Adriano Corrales Arias, en una nota enjundiosa, nos dibuja su visión al respecto después de haber apreciado los primeros ocho capítulos:

No podía ser de otra manera: había que acudir a un narrador en “off” para ilustrar la trama y darle continuidad al argumento. Así fluye estupendamente la adaptación “cinematográfica” ―mejor dicho, televisiva― de la poderosa novela de “Gabo” García Márquez, «CIEN AÑOS DE SOLEDAD».

Mucho se ha escrito sobre la traducción audiovisual, hasta se ha despotricado ante semejante despropósito. Las más de las veces se olvidan dos asuntos fundamentales: 1. Que el lenguaje literario es uno y el cinematográfico o audiovisual otro ―cada uno tiene su especificidad―, ergo, hay una traducción del texto literario al audiovisual; no podemos esperar literatura en el cine o cine en la literatura, aunque ambos lenguajes copulan y se transfieren e intervienen. 2. Que la traducción de la novela a una serie cinematográfica (o televisiva) implica pasar de un texto realizado por un creador en solitario ―el oficio más solitario del mundo es el de la escritura, nos decía Gabo― a una producción colectiva con carácter industrial y, en el caso que nos ocupa, bajo la responsabilidad de dos diferentes realizadores o directores con un formato narrativo adecuado para la televisión (fueron cinco escritores los encargados del guion).


Durante los ocho capítulos de la primera parte que hemos podido videar, los momentos mágicos y los personajes entrañables se sostienen, aunque, claro, hay cambios y ajustes para hacerlos más asequibles al gran público. Y a fe que el tono mágico realista y la atmósfera macondiana, por llamarla de alguna manera, se expresan de forma sorprendente. La esencia garciamarquiana se mantiene. Y aquí hago una digresión: lo que Gabriel García Márquez hizo fue llevar hasta la maestría una serie de sucesos provenientes de la tradición oral y de las leyendas populares, posicionándola en el portentoso Caribe, en un pueblo inexistente pero latinoamericano y tercermundista por extensión. Lo que intentan la serie y sus realizadores es llevar, a la gran audiencia contemporánea, ese portento literario en un formato televisivo y con un lenguaje audiovisual comprensible, pero sin hacer concesiones al regusto chabacano, asunto peliagudo, claro está. He allí la diferencia y la gran dificultad.

Y, al parecer, la superproducción lo ha logrado dada la alta audiencia que, hasta ahora se ha manifestado: 3.6 millones de visualizaciones.

Yo, por ahora, sólo tengo reparos para el cambio de actor que encarna el personaje de José Arcadio Buendía ―me refiero al biotipo― lo mismo que con el personaje de Úrsula Iguarán. Por lo demás, voy satisfecho con el visionaje. Espero con ansias la segunda parte.»

La adaptación de «Cien años de soledad» por Netflix es una empresa que enfrenta la monumental tarea de trasladar una de las obras icónicas de la literatura al medio audiovisual. Si bien el cine tiene sus limitaciones en comparación con la literatura, de igual ofrece oportunidades únicas para narrar historias a través de imágenes y sonidos poderosos. El éxito de esta aventura dependerá de la capacidad para capturar lo esencial del texto de Gabo, respetando su herencia cultural para ofrecer una interpretación fuerte y plena de los personajes y la trama.

La pregunta de si el cine pudo encarar con éxito la urdiembre literaria de «Cien años de soledad» será respondida en el balance entre la fidelidad al original y la creatividad oportuna para reinterpretarla de forma visual. Si Netflix logra este equilibrio, su versión de «Cien años de soledad» no solo podrá aspirar a expresar el gran acervo de la literatura que le da origen, sino que tendrá aspiraciones de convertirse en una obra maestra en sí misma.

En 1987, entrevistado para El Espectador, Gabo enuncia:

He creído siempre que mientras el director de cine necesite de un escritor, el cine está sometido a una servidumbre a la literatura. La aspiración del cine para ser un arte completamente autónomo es que el propio director cuente su historia completa desde el principio, sin la ayuda de ningún texto literario. Este es un pensamiento idealizado que tengo por mi amor al cine y por mi amor a la literatura. Sin embargo, la realidad es otra, la realidad es que hasta ahora cine y literatura son una especie de matrimonio mal avenido: no pueden vivir ni juntos ni separados.»

Esperemos la continuación de la serie, a ver si este matrimonio conlleva a mejores horizontes. Como decía mi abuela: «amanecerá y veremos».

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