Una factura cara

Entrados los 2000, la humildad cambió para siempre. Ese monopolio de la información en unos pocos, derivó en las redes sociales que simplemente dijeron no más “vacas sagradas”. Y es que la información estaba en manos de unos pocos medios que se volvieron arrogantes y se confabulaban para llevar la opinión pública hacia donde querían. Pero con las redes sociales, la sociedad empezó a conocer la otra verdad. Cierto es que esa irrupción de las redes sociales también trajo la basura de las “fake news”, pero, a pesar de ello, la gente se decantó por la nueva tecnología. La verdad es que el cambio es tan drástico que hoy cualquiera tiene un medio de comunicación social con un celular. Y no solo tiene alcance local, sino de todo el mundo. La era digital ha traído consigo las redes sociales, pero también una forma distinta del consumo informativo. Ya pocos se sientan en un sillón a ver el noticiero o leer el periódico; lo hace a la hora que quiere y donde quiera. Esa digitalización se ha llevado consigo muchos negocios de medios, otrora poderosos emporios que eran Dios y ley en sus países. Manejaban la verdad y ponían y quitaban presidentes. El último en ver la secuela de la digitalización ha sido el Grupo La Nación S.A. en Costa Rica, donde se habla que las tensiones internas por decisiones estratégicas recientes podrían estar en el centro de esta crisis. Pero ¿qué pasó con La Nación? Lo mismo que ha ocurrido en diversos países, incluyendo Panamá, donde muchos medios informativos perdieron el norte. Dejaron de informar para la sociedad y en su lugar dictaminaban qué tenía que hacerse. Se quedaron en el ostracismo y se convirtieron en periódico de ayer. La gente se hartó del negativismo, de la crítica destructiva, de que todo está mal y que los gobiernos no sirven. Que solo ellos tenían la razón. Nunca imaginaron que sus audiencias y lectores los abandonarían y nunca se prepararon para hacer los cambios de la revolución digital que ahora les pasó factura. Como dice la expresión: “Esos polvos traen esos lodos”. ¡Así de simple!

Editorial escrito por el periodista Gerardo Berroa Loo

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