MARCADORES de Hitos.

Por Alessandra Rosas .

Gracias a mi taller de restauración he visto ir y venir mucha gente interesantísima, a mi parecer. Y en muchos he podido reconocer ciertos patrones que nos unen a las gentes que vivimos el arte, cualquiera que sea tu concepción de él.


Coleccionistas y Colecciones

Me llama la atención que esa sensibilidad de apreciar cualquier objeto que tengas a bien denominar como coleccionable, se manifiesta desde la infancia, recogiendo tapitas de soda, piedritas del río, bichos, flores, monedas que te traen los tíos desde tierras que sólo puedes imaginar… Y esa inhabilidad de deshacerte del cubo de hotwheels guardado en el clóset, de las tarjetas de cumpleaños del siglo pasado o de los cientos de libros ya leídos y dibujos de los niños -que ahora ya son padres de sus propias familias-, te clasifica de alguna manera en el porcentaje de personas que coleccionan.


Síndrome de Diógenes o Coleccionismo puro


A pesar de que yo misma he sido guardadora compulsiva de objetos y he sentido la seguridad y el control que te proporciona ser dueño, poseer algo precioso, sólo tuyo y para tu placer; no soy, ni poseo un ápice de lo que he visto coleccionar a otras personas… porque hay quienes guardan documentos y fotografías de gente que ni siquiera han conocido! quienes guardan cada lazo de regalo y quienes ya no tienen donde almacenar tazas, latas y botellas de soda. Una de esas personas es de quien ahora les voy a escribir:
Conocí a un hombre coleccionista de obras de arte -y luego supe que de muchos otros objetos-. Cuando supo de mi taller de restauración, trajo algunas piezas para revisión. Hemos entablado conversaciones largas en esas visitas y ya con más confianza, empezó a contarme de su afición por guardar objetos.
Yo encuentro fascinante -más que su colección de obras pictóricas- la enorme, enorme variedad de otros objetos que guarda y que custodia con cierta vehemencia.
Colecciona monedas, obviamente; colecciona pinturas, como casi todos los que estamos leyendo; guarda frascos de vidrio, quizás un poco más que el resto de nosotros debajo de nuestros fregaderos; reúne tejidos; recopila sus envolturas de pastillas y chocolates… amontona restos de papel aluminio hechos bolitas.
Colecciona momentos. Instantes. La entrada de la luz por la ventana.
Colecciona sensaciones que nadie podría reconocer, pero que todos hemos sentido. Las inmortaliza en la cámara de su celular y las recorre en la galería de miles de imágenes con una sonrisa de complacencia, como quien recorre un territorio conocido con el pie descalzo y la mirada en el cielo.
Traje a colación el Síndrome de Diógenes justo porque él mismo se ha debido procurar un límite saludable que le permita recolectar sin ser un recolector patológico, ¡obviamente, porque primero debió llegar al punto de la duda y la preocupación!.
Pero -bien Diógenes o Slim-, no deja de deslumbrarme el funcionamiento de una mente así: la persistencia incalculable que le permite y lo empuja a la disciplina de limpiar los restos y hacer bolitas con ese aluminio que tú y yo hubiéramos desechado sin mirar atrás; el proceso creativo impresionante que debe tener lugar cualquier mañana de cualquier día, cuando retrata la pila escultórica de ropa, con una intención más artística que la que tendrá mucha gente en una vida entera.
Arturo colecciona más de siete décadas de miradas curiosas contenidas en ojos azules como el cielo mismo. Ojos dotados de profundidad y larga vista para distinguir en el tiempo, el potencial futuro de las cosas insignificantes como una placa redonda de acero inoxidable sobrante de algún trabajo de antaño; algunos cotrales amarillos para orejas de animales o láminas de acrílico de colores interesantes… esqueletos para estudiar anatomía y rollos de telas, rollos de papel tapiz, rollos de todo lo que existe enrollado!
“A alguien le puede servir más adelante”. Y como un buen padre procura el bienestar de un hogar, así mismo Arturo procura encontrar nuevo albergue para muchos de sus objetos, porque el miedo superado de transmutar en Diógenes, nunca fue tan real como aquel de extinguirse y dejar sin hogar, ni atención, ni uso, ni ingenio, ni interés, a tantos y tantos artefactos y cosas simples.

“Se busca hogar para un hierro de marcar”


¡Vacas!
También conozco quien atesora vacas y toros -con diferentes fines, ¡decididamente!-, quien en su finca tiene la capacidad de reconocer un buen animal y comerciarlo con ventaja meses después; quien los marca, los admira y luego los envía a matar.
Qué bonita coincidencia que ambos, uno en la finca y otro en la ciudad, conservan placas de identificación para orejas de ganado, crayones retráctiles para marcar la vacunación; hierros para la yerra y se procuran las pieles más lindas para ser guardadas. Con diferentes fines, queda claro, pero no deja de conseguir que uno sonría al pensarlo.

Marcadores de Hitos.


Arturo encontrará nuevos cuidadores para tantos de sus objetos. Duele romper una colección que se formó incluso sin saber que se estaba forjando sin que antes Arturo permita documentar su ingenio. Documentar no sólo los objetos, sino el espacio, la espacialidad, la composición de esa obra magnífica que es a la vez vivienda e instalación. Documentar el pensamiento de quien es a la vez creador y espectador diario de esa factoría viva, que crece, que late, que cruje, que se rompe por miedo de la muerte.
Y aunque en otras partes los crayones de ganado se usen para lo que quieran, al menos éstos tendrán la función de marcar un antes y un después, ¡serán marcadores de hitos! El recordatorio de que existe gente interesantísima, al menos a mi parecer y que me unen a ellos ciertos patrones… somos las gentes que vivimos el arte, cualquiera que sea nuestra concepción de él.

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