Sueños de opio en la integración centroamericana
El único sistema de Gobierno con visos de transparencia, a pesar de los típicos pecadillos en la administración pública, es el de Costa Rica
La intención tri centenaria de la unión y, más recientemente, de la integración regional centroamericana, no dejará de ser más que una pieza discursiva de los mandatarios del istmo en el marco de las celebraciones de las fiestas patrias anuales. Así como de otras instancias, personalidades individuales y colectivas. Sueños terrestres de opio y calendario. Nada más.
La exhortan, la mencionan y hasta la reclaman los jefes de Estado -no importando que sean de derecha o de izquierda, democráticos o despóticos-, en medio de los sudores bajo los furiosos soles de septiembre, los desfiles estudiantiles, las bellas palillonas y los briosos bamboleos de banderines frente a estudiantes y embajadores.
Pero este anhelo seguirá viviendo el sueño de los justos mientras no se logren ciertos avances sustanciales como el respeto al Estado de Derecho y a la Constitución, a la institucionalidad, a los derechos humanos y a la democracia por parte de esos mismos signatarios que la promueven discursivamente; así como también de la propia ciudadanía en general, amorfa, errada muchas veces al irse de boca con determinados cantos de lobos envenenados tras alcanzar llegar al poder, frívola y desatendida de las preocupaciones sociales y de la política.
Pese al retraso visionario y cultural, esta se dará en la medida en que el debate social y político vaya avanzando sobre el terreno de gobiernos legítimamente electos, temporales y respetuosos del poder ciudadano. Por ahora no.
En un par de ocasiones he escuchado al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, lanzar este propósito. Pero éste, que posee una estampa de figuración y autopropaganda desmedida, y aún a pesar de haber controlado la horrible violencia de las maras y aparentemente restituir poco a poco el bitcoin, no es la mejor carta presidencial para impulsar la unión o la integración.
No lo es porque, lamentablemente, sobre su reelección se detectan muchos abusos contra el orden institucional, además de ejercer una función pública muy cercana a los vicios dictatoriales.
El único sistema de Gobierno con visos de transparencia, a pesar de los típicos pecadillos en la administración pública, es el de Costa Rica, con Rodrigo Chaves (sin acento y con «s» al final), y este país, a veces con sobrada razón, no está interesado en promoverse como integracionista propagandísticamente hablando, por las causas que imponen el atraso regional.
Los demás, reprobados en conducta. Como Guatemala, con una precaria institucionalidad partidaria; Honduras, con un fiasco de narco gobierno «Socialista Democrático» estallándole a diario en sus narices; El Salvador, con el bukelismo prepotente; y Nicaragua, con una imperante crisis social y política. Panamá también es un país que en medio de los nublados va por buen camino.
El otro tema agrio para contextualizar es el del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), funcional a medias. Con un sistema crediticio financiero aplaudible como lo es con el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE); también con algunos errores administrativos fehacientes, pero con un podrido parlamento político, el Parlacen, inservible y tradicionalmente eficaz solo para el turismo político o para ser refugio de diputados corruptos; y con una Corte Centroamericana de Justicia incapaz de enfilar sus lanzas jurídicas contra los desmanes -de todo tipo-, a diario cometidos en la región. Buena para nada; pero ambas instancias erosionando anualmente los presupuestos de sus pobres países.
De Arévalo en Guatemala a Mulino en Panamá, todos ellos como mandatarios saben que una región unificada traería mejores niveles de competitividad ante los agrestes mercados globales, pero no dan un sólo paso hacia adelante por los narcisismos exuberantes y las desproporcionadas políticas arancelarias de cada nación así como por los nacionalismos egocéntricos. De hecho, con una economía integrada, Centroamérica lograría competir en las exportaciones con las economías de países latinoamericanos más destacados. Además, aprovecharía de una manera más integral la cooperación de países ya establecidos monolíticamente con una mucha mayor proporción como la Unión Europea y algunas naciones asiáticas, africanas y estadounidenses.
Cuando Andrés Oppenheimer publicó su libro “!Basta de historias! la obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro”, incomodó a algunos lectores anclados en el ayer y sus rituales desmedidos sobre próceres y héroes. Sin embargo, él tenía razón y la sigue teniendo. No se trata pues, de hacer a un lado a las viejas glorias y sus intangibles monumentos, sino darnos cuenta de que los tiempos de antes no son los de ahora, altivamente configurados por la tecnología, la educación, la ciencia, la innovación y el uso adecuado de la inteligencia artificial, partiendo de ser éste tanto el siglo de las desmitificaciones como de la economía del conocimiento.
Dejar la retórica presidencialista discursiva en cada efemérides patria, sacar de las universidades y las academias a las celebridades económicas y elevar el debate al ciudadano común, achicar fronteras y reducir los nacionalismos provincianos, abrirse a la competitividad con transparencia, acabar con la corrupción dando el ejemplo quienes ejercen poder político, cívico y empresarial pero sobre todo, poniendo fin al mesianismo y al caudillismo, se sentarían las bases primarias y firmes para una necesaria unión e integración regional centroamericana, que logre acabar con la pobreza y el crimen organizado. ¿Quién lanzará la primera piedra?