Entre farsas y candilejas

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“La democracia es un sistema de gobierno que ha sido socavado por el auge del espectáculo”, advierte muy acertadamente Mario Vargas Llosa, antes de agregar demoledoramente que ese espectáculo “ha creado una sociedad de espectadores más interesados ​​en mirar que en participar”.

No se podía echar mano a una mejor descripción de la democracia, más preocupada por las apariencias que por el contenido. Una democracia, en fin, de puro papel, en la cual los protagonistas políticos son diestros en el juego de manos para mantener a los ilusos en la creencia de que son parte de un sistema político que gira en torno a los intereses y el bienestar de la ciudadanía; ocultando de la mirada pública que el régimen ha derivado en un banquete donde satisfacen sus brutales apetitos un minúsculo y exclusivo grupo de oportunistas. Para prueba ahí está el permanente latrocinio al que se encuentra sometida la nación.

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Lo que alguna vez definía a la democracia- la rendición de cuentas, la participación ciudadana en las decisiones políticas del país, y el balance del poder que resultaba de la independencia entre los órganos del Estado- fue sustituido por el secretismo, la exclusión de las masas y la complicidad entre los que detentan el poder. Las herramientas apropiadas para la construcción de la caricatura de democracia instaurada hoy en el escenario criollo.

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