Entre los cinco problemas más graves que enfrentará el mundo en el futuro cercano, el cambio climático encabeza la lista. El calentamiento de la atmósfera como consecuencia de la acumulación de los gases de efecto invernadero, provocará frecuentes olas de calor con los consecuentes impactos devastadores sobre las personas y el medio ambiente. Desde la década de 1950, según señala un estudio del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la frecuencia de estas olas ha aumentado en un 20 por ciento; mientras que la intensidad de las mismas se ha incrementado en un 10 por ciento desde entonces.
El que la amenaza sea global puede sembrar la equivocada percepción que el desastre queda más allá de las fronteras, y que otros resolverán lo que requiera resolverse. Pues, no. Investigadores de la Universidad de Bristol, empleando modelos climáticos de reciente factura y datos demográficos mundiales, han arribado a la conclusión que entre las regiones que serán más afectadas por las olas de calor se encuentra Centroamérica, con Panamá incluida.
Enfrentar esta peligrosa crisis exige cooperación global y acciones concretas, entre ellas un nuevo modelo de infraestructuras resistentes al calor, edificios diseñados para mantenerse frescos; también una persistente reforestación que incluye la siembra masiva de árboles y otros tipos de vegetación dentro de las ciudades, en vías y espacios públicos.
La amenaza se hará presente muy pronto y se tiene que actuar con anticipación. Los recursos están disponibles según se desprende de la historia nacional reciente. Esos doscientos millones desviados del proceso de descentralización, por ejemplo, habrían sido mejor utilizados como punto de partida para financiar las primeras acciones destinadas a la arborización de las ciudades locales. O para brindar ayuda urgente y efectiva al sector ganadero, que hoy sufre los estragos de una sequía que, año tras año, intensificará sus devastadores impactos a consecuencia del cambio climático.