Al escribir esta reseña de las memorias de Teresita no puedo dejar de compartir ese profundo dolor que llevamos guardado en el inconsciente alimentado por todas esas heridas sufridas a lo largo de nuestras vidas. El destierro como la emigración por necesidad tiene unos costos altísimos en tu entorno familiar y social. Tus esperanzas asentadas en un proyecto político que piensas compartes con otros aliados que, al final, prefieren caminar por otros rumbos abandonando los sueños y las esperanzas de un mejor país también dejan marcadas heridas. A nosotros, los que compartimos ese ideal de la mano de una doctrina social y económica centrada en el ser humano como eje neurálgico de toda actividad y muy bien liderada por Ricardo Arias Calderón y Teresita Yániz, nos golpea el recuerdo de las esperanzas frustradas. Nuestros esfuerzos políticos siempre fueron desprendidos de cualquier interés personal. Nos abocamos como partido, por treinta años, en formar y construir propuestas nacionales para darle otro cariz a la vida política del país. El golpe de Estado de 1968 y el deterioro institucional y democrático acentuado luego con el régimen norieguista, jamás logró desviar a la democracia cristiana de sus objetivos políticos. Esa historia y todas las interacciones quedan muy bien reflejadas en las memorias de Teresita Yániz sin explayar revanchismos, ni descalificativos ni insultos personales. Los hechos, desde el punto de vista de la protagonista, se describen así como acaecieron y desde una perspectiva consecuente con sus principios y valores.
Aquí se refleja la función política en su máxima expresión de quien no claudica. De quien en sus peores momentos siempre tiene algo que aportar, y en las peores circunstancias no deja de contribuir al bien común cada vez que un tema social sale a relucir: siempre en la búsqueda de una respuesta aún con las mayores probabilidades de un fracaso.
Me llenó de alegría ver en la presentación de la obra a tanta gente con la cual compartí un proyecto. Gente decente, desprendida y que invirtió mucho tiempo en un proyecto político y de alguna forma me devuelve esa ilusión de no haber arado en el mar. Existe el Panamá decente y el Panamá que necesita despertar y asumir su rol en la política, igual como le correspondió a Jesús al echar a los mercaderes del templo.