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La credibilidad por el suelo
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febrero 27, 2023

La credibilidad por el suelo

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En el período comprendido entre el año 2006 y el 2020 se han dado movilizaciones populares en todas las regiones del mundo. Un estudio en torno a unas 3 mil manifestaciones ocurridas durante estos años, establece que la tendencia es un aumento constante del descontento popular; como el ocurrido durante el 2016, cuando fue evidente una escalada de protestas en un amplio abanico de cuestiones sociales, políticas y económicas. En la década transcurrida desde el 2009 hasta el 2019, las manifestaciones multitudinarias aumentaron a razón del 11.5 por ciento anual, según concluye un estudio al respecto. Y el descontento que alimentaba estos movimientos populares abarcaba desde la falta de una real democracia hasta la corrupción gubernamental generalizada, pasando por la mala gobernanza, la desigualdad, los desastrosos servicios públicos, la falta de transparencia, de rendición de cuentas, los bajos salarios, la crisis del empleo y un sinfín más.

Precisamente, cuando sonaron las alarmas de la pandemia, la mecha encendida del descontento social recorría el territorio latinoamericano: más de media docena de países del área era escenario de explosivas protestas que exigían cambios contundentes y profundos. La irrupción de la crisis sanitaria instauró una pausa con las subsiguientes restricciones de movilidad y la incertidumbre resultante. Pero, según afirma Amnistía Internacional, para 2021 y 2022 las protestas multitudinarias regresaron con fuerza en más de 80 países, y los indicios apuntan a que la tendencia persistirá en el 2023, con toda la retahíla de nuevos problemas que se han sumado a los existentes antes del Covid-19.

Panamá no se mantuvo al margen: durante el mes de julio y agosto del 2022 el país fue sacudido y trancado por masivas protestas callejeras en contra del aumento de precios de los alimentos, medicinas y el combustible, a lo que luego se sumó el repudio a la corrupción gubernamental generalizada. A casi 8 meses de aquellas manifestaciones donde se unieron educadores, sindicatos, grupos indígenas y diversos sectores de la población, los problemas persisten sin soluciones definitivas: las pocas medidas implementadas no han pasado de ser un maquillaje temporal para apaciguar los ánimos. Todas las señales apuntan a que los tambores del descontento social sonarán nuevamente: ahí están los problemas intactos y la corrupción creciente por si alguien alberga dudas al respecto. La pregunta que se impone ante ese nuevo y potencial escenario es: ¿cómo logrará negociar acuerdos un gobierno carente de la menor pizca de credibilidad?