
La baguette y el centro de las mesas francesas.
Cuenta la leyenda que, durante una de las múltiples campañas militares de Napoleón Bonaparte, a los panaderos que marchaban con las tropas se les ocurrió la forma alargada, que era más fácil de transportar junto al resto de las provisiones. Otros, sin embargo, aseguran que su creación se debe a un panadero austríaco de nombre August Zang. Sea cual sea la leyenda que mejor acierte con sus orígenes, la baguette entró a formar parte, este miércoles, de la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO.
Junto a los fideos fríos de Corea y a las prácticas tradicionales con las cuales se prepara el té de China, la célebre barra de pan francés se une al conjunto patrimonial del que ya forman parte, también, el kimchi, la “dieta mediterránea”, el café árabe, la cultura de la cerveza de Bélgica y la elaboración de la pizza napolitana.
Preparada sólo a base de harina, sal, agua y levadura, la baguette resulta en una barra de pan alargada, esponjosa por dentro y con una corteza crujiente que ha hechizado a los franceses durante los últimos cien años; aunque algunas voces autorizadas señalan que su existencia data de mucho más allá de la centuria.
En el presente, la baguette -que significa “bastón” o “varita”- se vende en cerca de un euro, y aunque su consumo ha disminuido en los últimos años, en Francia se producen unos 16 millones diariamente: esto es, alrededor de 6 mil millones al año.
La directora general de la UNESCO, Audrey Azoulay, dijo de la baguette que “es una especie de forma de vida” porque “siempre hay una panadería cerca, puedes ir a comprar pan fresco y económico y conoces gente, te encuentras con panaderos, es un elemento muy importante de cohesión social”.
Desde su sede en París, la organización votó para incluir en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial el “saber artesanal y la cultura del pan baguette”, que se suma a otras 600 tradiciones de más de 130 países. Aunque resulta ser un concepto frágil, señaló que es vital para conservar la diversidad cultural frente a la creciente globalización. Comprender el patrimonio de las diversas culturas existentes ayuda al diálogo intercultural y fomenta el respeto por otras formas de vida.
A Francia le tomó unos seis años recopilar toda la documentación necesaria para solicitar este reconocimiento. Mientras tanto y fieles a su tradición, los panaderos locales sacaron de sus hornos, en ese lapso de tiempo, unos 36 mil millones de la célebre y crujiente “varita” de pan.