Cuesta abajo.
Luego de los tumultuosos eventos que marcaron el pasado mes de julio, con el descontento popular desbordado en las calles del país, las aguas volvieron a su nivel sin que se hicieran realidad los cambios y las aspiraciones que fueron, por un breve momento, el combustible de aquellas manifestaciones ciudadanas.
En honor a la verdad, luego de transcurridos unos pocos meses, los problemas que motivaron la furia del país no solamente siguen presentes, sino que se han agravado, de manera alarmante, alimentados por la ineficiencia gubernamental y el deterioro institucional causado por la irresponsabilidad de los órganos del Estado, sobre todo del poder legislativo que, desde entonces, se ha dedicado a aprobar un conjunto de leyes cuyos beneficios no trascienden más allá de sus particulares ambiciones y las de sus socios cercanos.
Enmarcado en la más absoluta ausencia de liderazgo político y social, el naufragio de la nación resulta inminente. Y no confundamos aquí el liderazgo, construido sobre la ética y una poderosa visión nacional, con el burdo populismo y la multiplicación de promesas que durante las últimas décadas han marcado el deteriorado escenario público.
El horizonte luce incierto y tormentoso; si no se llevan a cabo los correctivos necesarios, una nueva explosión popular puede empujar al país cuesta abajo, por una pendiente tan nociva como lamentable.