El hambre se pasea a sus anchas alrededor del mundo: según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) aproximadamente 822 millones de personas la sufren. De esa cifra, entre 83 y 132 millones corresponde al aumento aportado por la pandemia del coronavirus. Además del Covid-19, el cambio climático, la desigualdad, la subida de precios, la escasez alimentaria y las tensiones internacionales provocadas por conflictos como el de Rusia y Ucrania, hacen más difícil el acceso y dificultan la disponibilidad de alimentos.
Por donde se miren, las estadísticas resultan aterradoras: 3 mil 100 millones de personas, que representan el 40 por ciento de la población, carecen de una dieta saludable; durante el 2021 cerca de 193 millones de personas necesitaron asistencia humanitaria para sobrevivir; y dentro de este terrible panorama, el conflicto fue la causa principal de la inseguridad alimentaria aguda que enfrentaron 139 millones de seres humanos en 24 países alrededor del planeta.
Panamá no se mantuvo a salvo en este drama. Según la misma organización, la FAO, durante el 2021 unos 200 mil panameños afrontaron el hambre. En un país con una población de un poco más de 4 millones, eso representa el 5.8 por ciento de la población. Una cifra perversa además de preocupante; sobre todo en una nación donde muchos- más pendientes del márketing que de la realidad- pretenden equipararla a la “Dubái de las Américas”. Un slogan tan grotesco como la clase política que ha pervertido todas las instituciones económicas y gubernamentales para ponerla al servicio de los apetitos de unos pocos y que, además, ha mostrado su incapacidad para gestar y ejecutar una efectiva estrategia de recuperación económica.