Las condiciones están dadas: la percepción generalizada de que la democracia no está resolviendo los problemas cruciales del presente, acompañada por la convicción de que el sistema político está podrido y sirve únicamente al oportunismo de una reducida élite, no ayudan a la solución de la crisis del país. Sumado a ello el fracaso de un sistema de salud incapaz de brindar los servicios más básicos a la población, y de una estructura educativa obsoleta que no prepara a los estudiantes para enfrentar adecuadamente los retos que plantea un escenario global cada vez más cambiante y exigente, únicamente contribuyen a acentuar la grave situación. Además, la incertidumbre abonada por el desempleo y otras múltiples secuelas de la pandemia, colocan en la olla los ingredientes necesarios para que aparezca el personaje que encarne el peligroso mesianismo político que ha sembrado el desastre y la ruina a lo largo de Latinoamérica.
La idea de que se precisa de un personaje con el carácter y la fuerza para resolver los problemas no hace sino alimentar la actitud de sacarle el cuerpo a las responsabilidades y dejar en manos de otros el destino de la sociedad. Inmadurez suprema que propicia la cómoda irresponsabilidad, la concentración del poder y cuyo único resultado es el montón de tiranías que han asolado el continente multiplicando los males causantes del desencanto ciudadano y que los mesías de turno prometían extirpar.
El buen rumbo de cualquier nación descansa sobre los hombros de todos y de cada uno de los ciudadanos que la integran: aseverar lo contrario demuestra únicamente la fragilidad del carácter nacional y la inveterada costumbre de no asumir la responsabilidad de construir, cada cual, su propio destino. ¡Va siendo hora ya!