La educación es el único proceso válido para construir sociedades en donde el diálogo y el respeto sean el camino para solucionar aquellas situaciones que generen discordias y desencuentros, al parecer inevitables. Sin embargo, en este momento, en donde la guerra ocupa grandes espacios del debate público es oportuno hacer algunas reflexionar sobre educar para la paz. Partimos de la premisa de que cualquier situación, sea positiva o negativa es una oportunidad para enseñar y aprender y hay que saber utilizarla.
La pedagoga María Montessori una acuciosa investigadora y estudiosa de la educación señaló con mucha sabiduría que: “la Paz solo llegará cuando todos los corazones estén llenos de respeto por la Tierra, la naturaleza, y todos los demás seres humanos, y cuando podamos superar el provecho personal a favor de la colaboración por la paz universal.” En este pensamiento se recogen algunas premisas básicas sobre el tema central. Y es que su estilo pedagógico ha sido catalogado como una educación para la paz, por su enfoque humanista, activo, que busca respuesta y coloca el niño en el sitial preferencial.
El respeto que Montessori destaca tiene mucho que ver con las primeras enseñanzas que recibimos en el hogar, ese lugar en donde aprendemos o deberíamos aprender esa consideración hacia la dignidad de la vida.
La paz y el respeto son valores que deben ser reforzados en la escuela y una de las maneras más exitosas de enseñarlos es promover una educación para una vida contributiva, más que una vida competitiva, propuesta del educador y filósofo japonés Tsunesaburo Makiguchi. De acuerdo con su enfoque “en la vida humana existe una diversidad de experiencias, por ejemplo, una vida inconsciente, orientada al individuo y centrada en la acumulación material y personal, mientras que la vida consciente, socialmente orientada, se centra en el enriquecimiento espiritual de la comunidad”. Lo que refleja una dualidad, que no es tal, y allí es donde la educación deberá establecer un punto de equilibrio.
En otras palabras, en la vida existen al mismo tiempo, una cálida cooperación y una feroz competencia; pero qué podemos hacer ante esta situación: lo primero es educar para la vida cooperativa o de contribución. Enseñar a nuestros estudiantes a ver sus debilidades y fortalezas, siendo autocríticos. Pero también instruirles a que, en esa misma medida, puedan ver las virtudes y flaquezas ajenas. Un ejercicio que muy poco realizamos porque muchas veces nos consideramos los únicos poseedores de cualidades positivas. Quizás sea uno de los motivos de la feroz competencia que vivimos y que lleva a países a competir por el poderío y dominio del mundo, olvidando las grandes pérdidas en vida y el deterioro del ecosistema.
Educar para la paz es reconocer que la vida no es una batalla campal por dejar atrás a otros, es más bien el recurso adecuado para crear un visión solidaria y social que contribuya a que los educandos se conozcan a través de comparaciones positivas con los demás.