Nada socava más rápidamente la vida comunitaria que la falta de confianza; y lo mismo aplica para la vida en democracia. Cuando los funcionarios, las instituciones, los líderes y los procesos carecen de credibilidad, sólo queda esperar el momento en que la nación se desplome; porque ningún proyecto, ningún ideal, ningún plan de desarrollo prospera sin el esfuerzo y la cooperación ciudadana.
Por ello, resulta indispensable que quienes dirijan los destinos nacionales posean credibilidad. Y no sólo eso, también han de mostrar una sólida correspondencia entre lo que dicen y lo que hacen. Si no muestran esta coherencia entre sus pensamientos y acciones, cualesquiera que sean sus planes e intenciones están condenados de antemano al fracaso.
Con los eventos recientemente ocurridos en torno al video solidario de la Policía Nacional y que resultaron en la destitución del director de turno, la Administración presente envió un claro mensaje de respeto a la norma constitucional y de intolerancia ante cualquier tipo de falta que pudiera sembrar inquietud en los ciudadanos. Lamentablemente, en lo concerniente al escándalo que sacude a la Lotería Nacional, la reacción ha resultado totalmente lo contrario: no se ha actuado ni con rapidez ni con la consistencia que la situación exige. Se lleva a cabo una investigación por los órganos correspondientes sin que sean separados de sus puestos los altos funcionarios a los que correspondía asegurar el buen funcionamiento de la institución. No sólo la directora, también los funcionarios de alto nivel de las agencias que no supieron detectar ni impedir la maraña de corrupción que se tejió para atracar las arcas de la Lotería. Contrasta la permisividad y la frágil respuesta en este escándalo con la otra, firme e inmediata, dada en el mencionado video policial.
La erradicación de las malas prácticas en la gestión gubernamental- y la de la corrupción- requieren de respuestas inmediatas y firmes, donde no tiemble el pulso a la hora de imponer correctivos acordes a las más elevadas normas éticas y a la ley. La indecisión, los criterios moralmente gelatinosos, lo único que logran es alimentar las dudas y la desconfianza. Y no podemos olvidar que, en ausencia de credibilidad, el fracaso de la vida democrática está asegurado.