Muchas dudas y mucho riesgo en la captura de Bin Laden, dice exjefe de la CIA

Fotografía de archivo tomada el 3 de mayo de 2011, en la cual se ve al personal de los medios de comunicación paquistaníes y los residentes locales reunidos frente al escondite del líder de Al-Qaeda, Osama bin Laden, luego de su muerte a manos de las Fuerzas Especiales estadounidenses en una operación terrestre en Abbottabad. Archivo/Aamir Qureshi/AFP

En la víspera del noveno aniversario de los atentados del 11 de septiembre, la CIA dijo al presidente Barack Obama que tenían la mejor pista en años para encontrar a su arquitecto principal, el líder de Al Qaeda, Osama bin Laden.

Habían rastreado a un mensajero de alto nivel de Al Qaeda hasta una casa en Abbottabad, Pakistán, y creían que podría llevarles hasta Bin Laden. Resultó que estaba viviendo allí.

El exdirector de la CIA John Brennan, entonces principal asesor antiterrorista de Obama, contó lo que calificó como la operación «más intensa, secreta y bien planificada» de su carrera: la incursión de alto riesgo de las Fuerzas Especiales el 1 de mayo de 2011 que acabó con Bin Laden.

La CIA advirtió de que su información necesitaba ser corroborada, pero en la reunión informativa había entusiasmo por la posibilidad de atrapar por fin al fugitivo más buscado de Estados Unidos.

«Aspirábamos a encontrar al hombre y a dar a las víctimas del 11-S la justicia que merecían», dijo Brennan.

A lo largo de los meses siguientes, los observadores de la CIA estaban cada vez más convencidos de que una figura alta y con barba a la que se había visto dando paseos por el recinto era Bin Laden, aunque no tenían una visión clara de su rostro.

A finales de diciembre, Obama estaba listo para actuar. En medio de un intenso secretismo, los funcionarios de la Casa Blanca empezaron a pensar en una operación en torno a una maqueta del complejo del de tamaño de una mesa.

Una de las opciones -un ataque con misiles de precisión- podría dejarles sin pruebas de que habían matado a Bin Laden.

La segunda opción, un asalto con helicóptero en una noche sin luna, conllevaba enormes riesgos.

Los soldados estadounidenses podrían morir en un tiroteo o quedar atrapados en un enfrentamiento con las fuerzas pakistaníes -que no fueron advertidas de la misión- y que podían salir a defender su territorio.

A medida que avanzaban los preparativos a principios de 2011, un experto de alto nivel de la CIA tenía un 70% de certeza de que se trataba de Bin Laden, mientras que una revisión separada del «equipo rojo» situaba la probabilidad en sólo un 40%.

Pero todavía no había una identificación positiva.

«No teníamos tanta información como hubiéramos querido, ciertamente», dijo Brennan.

Sin embargo, añadió, «no había nada que contradijera la opinión de que se trataba de Bin Laden».

El «riesgo correcto»

El jueves 28 de abril de 2011, Obama se reunió con altos funcionarios en la Sala de Crisis subterránea de la Casa Blanca.

«Obama quería escuchar la opinión de todos», recordó Brennan. Entre los que estaban en contra de la incursión se encontraban el secretario de Defensa, Robert Gates, y el entonces vicepresidente, Joe Biden, pero la mayoría estaba a favor, en lo que reconocieron que era una «decisión reñida».

A la mañana siguiente, Obama dio el visto bueno a la incursión de las Fuerzas Especiales el domingo por la tarde, hora estadounidense, mientras Brennan seguía revisando el plan.

«Repasas una y otra vez en tu mente, no sólo lo que hiciste hasta la fecha, sino también lo que iba a ocurrir al día siguiente, asegurándote de estar seguro de que se habían considerado todos los aspectos posibles», dijo Brennan.

Los altos funcionarios de seguridad y defensa se reunieron en la Sala de Crisis el domingo para prepararse.

Cuando los helicópteros salieron de Afganistán para el vuelo de 90 minutos a Abbottabad, los funcionarios se dirigieron a una estrecha sala lateral donde el general de brigada Brad Webb supervisó la acción en un ordenador portátil, comunicándose en tiempo real con el jefe de Operaciones Especiales, el almirante Bill McRaven.

Una famosa fotografía de la Casa Blanca muestra a Obama, Biden, Brennan y los demás funcionarios amontonados hombro con hombro alrededor de Webb, mirando nerviosamente el vídeo en silencio mientras se desarrollaba la redada.

Uno de los dos helicópteros se había estrellado, por lo que tendría que llegar uno de refuerzo. No había ninguna señal de vídeo desde el interior del complejo.

Después de unos 20 minutos, «McRaven recibió de los asaltantes la frase ‘Gerónimo Gerónimo'», dijo Brennan. Bin Laden estaba muerto.

La principal reacción fue de alivio, recordó. «No hubo aplausos ni celebraciones. Fue una sensación de logro».

Brennan reconoce que fue una operación arriesgada.

«Pero, como dijo el presidente, aunque las posibilidades fueran del 50%, fue una oportunidad mucho, mucho mejor que la que hubiera tenido Estados Unidos anteriormente para atrapar a Bin Laden», dijo.

«Fue absolutamente el riesgo correcto a tomar en el momento adecuado».

Washington, Estados Unidos. AFP

Pakistán sigue atormentado diez años después

Por Cyril Belaud y Sajjad Tarakzai

Como casi todos los días, unos niños juegan al cricket sobre una gran losa de hormigón, en medio de hierba quemada y escombros esparcidos. Esto es lo que queda de la última guarida del que fue por mucho tiempo el hombre más buscado del planeta.

Fue en este lugar, en la ciudad paquistaní de Abbottabad (norte), en las laderas del Himalaya, donde Osama bin Laden murió durante una operación clandestina de los Navy Seals, una unidad de élite de las fuerzas especiales estadounidenses, el 1 de mayo de 2011 por la noche.

Su repercusión fue mundial y afectó a la imagen internacional de Pakistán, dejando a la luz del día las contradicciones de un país que durante mucho tiempo ha servido como retaguardia de Al Qaida y sus aliados talibanes. Y eso a pesar de ser víctima del terrorismo.

La Operación «Jerónimo» puso fin a diez años de búsqueda del cerebro de los atentados del 11 de septiembre, que huyó de los estadounidenses en 2001 en las grutas de Tora Bora, en el este de Afganistán.

Fue muy embarazosa para Pakistán y su todopoderoso ejército. Bin Laden vivió recluido durante al menos cinco años en Abbottabad, escondido detrás de los altos muros de un imponente edificio blanco, a menos de dos km de una prestigiosa academia militar.

«Fue algo muy malo para este lugar y para todo el país. Abbottabad era el lugar más pacífico que existe. Viviendo aquí, Osama dio mala reputación a esta ciudad», lamenta Altaf Husain, un profesor jubilado de 70 años que pasea a lo largo de la antigua residencia de Bin Laden.

El ejército y los servicios de inteligencia paquistaníes han sufrido un terrible agravio. Podrían haber reconocido estar al tanto de la presencia del fundador de Al Qaida, pero eso habría dejado patente su incapacidad para evitar la operación estadounidense. Prefirieron negarlo, aunque equivaliera a reconocer lagunas en las actividades de inteligencia.

Humillación nacional

Se vivió como una humillación nacional. La operación reforzó la animadversión antiestadounidense ya de por sí fuerte entre una población cansada del precio financiero y humano que supuso la guerra contra el terrorismo y su alianza con Estados Unidos después de los atentados de 2001.

Inicialmente Pakistán fue sensible al mito fundador de Al Qaida, basado en la resistencia del pueblo musulmán frente al imperialismo estadounidense. Pero cuando murió Bin Laden ya no era tan popular como hacía una década.

«Antes, recuerdo que la gente llamaba a sus hijos Osama, incluso en mi pueblo», contó el periodista paquistaní Rahimulá Yusufzai, especialista en redes yihadistas. Pero, según él, a partir de 2002 o 2003 este respaldo «comenzó a disminuir debido a la violencia».

Esto no impidió que el extremismo siguiera propagándose después de 2011 en Pakistán, donde los movimientos religiosos conservadores han ganado influencia.

Durante los tres años siguientes, los grupos terroristas, entre los que destacan Tehreek-e-Taliban Pakistan (TTP, los talibanes paquistaníes), cometieron atentados sangrientos y establecieron bastiones en las zonas tribales del noroeste.

Fueron desalojados mediante una campaña militar lanzada en 2014 en esta región fronteriza con Afganistán. Permitió reducir la violencia, pero una serie de ataques recientes hace temer un resurgimiento de estos grupos.

‘No hay unanimidad’

Sin su líder carismático, Al Qaida «sobrevivió, pero apenas» y ya no es capaz de lanzar un ataque de envergadura en Occidente, subraya Yusufzai.

El grupo «también ha dejado de ser una gran amenaza para Pakistán» (que durante tiempo ya se había librado de sus ataques) pero otros como el TTP o el Estado Islámico siguen siéndolo, estima Hamid Mir, el último periodista en haber entrevistado cara a cara a Bin Laden a finales de 2001.

Diez años después, Bin Laden conserva su aura entre los círculos radicales. «Está vivo en el corazón de cada talibán y de cada yihadista», afirma Saad, un alto cargo talibán afgano que vive en la ciudad paquistaní de Peshawar (noroeste).

Más allá de esta corriente, persiste una cierta ambivalencia. En 2019, el primer ministro paquistaní, Imran Khan, provocó un escándalo al declarar ante la Asamblea Nacional que Bin Laden murió como «mártir», un término elogioso en la religión islámica.

«No hay unanimidad sobre bin Laden en Pakistán. La opinión pública está dividida», constata Mir. Según él, algunos siguen viendo al líder de Al Qaida como un «combatiente por la libertad» y otros como «una mala persona, que mató a inocentes y causó destrucción, no solo en Pakistán sino en muchos países, violando las enseñanzas del islam».

Incluso en Abbottabad, una ciudad mediana más bien próspera y tolerante, existe una cierta ambigüedad sobre Bin Laden, cuya casa fue arrasada en 2012 por las autoridades para que no se convirtiera en un monumento.

«En esta calle hay opiniones diferentes. Algunos dicen que era bueno, otros que era malo», cuenta otro vecino, Numan Hattak, un adolescente.

Abbottabad, Pakistán. AFP

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