Un “hito” es un acontecimiento significativo dentro de circunstancias específicas en la vida de una persona o comunidad. Y, en su acepción más materialista, es una señal de tipo permanente- por lo general hecha de piedra o cualquier otro material fuerte- que es utilizado para delimitar las fronteras entre países.
En ambas definiciones el hito es un elemento separador: en la primera marca un antes y un después mientras que en la segunda señala la línea divisoria entre dos espacios geográficos nacionales.
Pero, de igual manera que en el imaginario popular se establecen los símbolos, el uso y la historia repetida una y otra vez conducen a la formación de hitos mentales de los que nos servimos para percibir nuestro entorno o realidad.
Uno de esos hitos mentales lo encarna nuestro legendario Puente de las Américas: más allá de él, hacia el oeste, se ubica el “interior” del país. Panamá Oeste, Coclé, Herrera, Los Santos y el resto de las provincias y comarcas bosquejadas en el mapa.
Esa percepción generalizada en la mentalidad nacional desde tiempos inmemoriales puede ser acusada como una de las fuentes de la desigualdad y el desequilibrio evidenciado en el crecimiento nacional.
La tónica general de quienes manejan las políticas del Estado es considerar que el país se reduce a la ciudad de Panamá y sus poblaciones más inmediatas, que es donde concentran los planes y las inversiones para el desarrollo. Mientras el “interior” del país, año tras año, continúa ignorado y huérfano de políticas y esfuerzos consistentes que permitan que la prosperidad sea mejor distribuida.
El momento ha llegado, de superar el “hito mental” que nos separa y concebir al “Puente de las Américas” como un símbolo que une al país en una política y estrategia integrada de desarrollo, donde se potencien las capacidades y recursos disponibles, sin importar de qué lado del legendario puente se encuentren.