El acecho de los bárbaros

Tras el paso devastador de la pandemia del covid-19, Latinoamérica queda en una situación social, económica y política extremadamente frágil: el virus logró retrotraer los indicadores a los mismos niveles de hasta hace una década atrás. Volver a igualarlos a las cifras en que los sorprendió el inicio de la crisis sanitaria va a requerir de un esfuerzo monumental.

Si al descalabro de esas cifras sumamos la descomposición y el desprestigio de los partidos políticos y la debilidad que desde hace años caracteriza a las instituciones democráticas, los dados están lanzados para que tomen fuerza los amagos populistas de los que ya hemos tenido abundantes muestras recientemente.

El populismo, en su acepción más simple, es la “idea” de que la nación se divide en dos bandos enfrentados entre sí: el “verdadero” pueblo y las élites que se le oponen. Y, por supuesto, el líder populista es la encarnación y el representante supremo de la “voluntad popular”; el mesías providencial que a cambio de votos resolverá todos los problemas del país.

En una sociedad como la presente, donde no sólo persiste, sino que toma más fuerza la desconfianza de los electores en los tradicionales grupos políticos, empresariales, sindicales y aún religiosos, lo más probable es que la gente comience a mirar en busca de un salvador, y seguramente lo encontrará. No faltará el oportunista que suplirá la falta de ideas con consignas políticas vacías, con resentimiento de clases y hasta con xenofobia.

Nadia Urbinati, profesora de la Universidad de Columbia en Nueva York, advierte del peligro que representan para la sociedad al estar hechos de “negativos”: por naturaleza y cálculo cultivan permanentemente la antipolítica, el antiintelectualismo y el antielitismo. Pueden ser de cualquier signo- izquierda o derecha-, y destacan por su facilidad para prometer, aunque las promesas excedan sus posibilidades: eso no importa, porque no tienen la intención de cumplir con la palabra empeñada. Para fortuna de ellos, a la masa de seguidores le lleva demasiado tiempo percatarse del timo.

Definitivamente, la crisis del SARS-CoV-2 deja a la región en una situación de fragilidad extrema, no sólo enfrentando el descalabro económico y social sino también afrontando la posibilidad de reacciones que, por irracionales, resultarían aún más dañinas. Una de ellas es sucumbir a los cantos de sirena de un populismo oportunista cuya única seguridad es que terminará echando por tierra lo poco que la pandemia ha dejado en pie.

 

 

 

 

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