El tiempo y el espacio desparecieron para don José Oller Navarro y Richard D. Prescott una fresca noche de marzo de 1925. Reunidos por casualidad en un gabinete de estudio del edificio de Correos y Telégrafos de Aguadulce, sin moverse de sus asientos, con sus miradas fijas en lo insondable y confundidas entre las espirales del humo de sus pipas, los dos caballeros disfrutaban de un concierto en el Hall de Washington y de una función en el Teatro de la Ópera de Chicago; transportados a miles de kilómetros, escuchando la música sin perderse de ella ni una sílaba ni una nota a través de un radiófono. “Solo nos falta para que nuestra ilusión de que asistimos realmente a tales actos sea completa, que nuestros ojos vean a los actores, lo que, con la realidad de la fotografía inalámbrica, está próximo a suceder” vaticinaba acertadamente desde entonces don José Oller otro invento que conmocionaría al mundo: la televisión.
En aquel tiempo era cada vez más habitual en la capital de la República la recepción de noticias, programas variados de música y eventos deportivos, entre otros, que podían escucharse en veladas al ser accesibles las bocinas cónicas que ya habían reemplazado a los audífonos unipersonales. Para el gusto de los discretos radioescuchas panameños, el Star & Herald publicaba bajo una columna titulada Radio Broadcasting News el repertorio de las transmisiones radiofónicas tales como de las estaciones KDKA de Pittsburg, la KVW de Chicago y la WRZ de Massachussets. Encima, se podía escuchar también una buena variedad de transmisiones que difundían en español las primigenias estaciones radiodifusoras de Latinoamérica.
Con el paso de los años el paroxismo de la radio, que inicialmente se había enraizado en la Capital, se fue extendiendo hacia los pueblos del interior de la República donde se mencionaba mucho este estupendo invento, con el que se podía escuchar música y voces que provenían de muy lejos, pero como si estuviesen entre nosotros.
Ya recién comenzada la tercera época de nuestra vida republicana, liberada Panamá del control que ejercía Estados Unidos en materia de radio y establecido el ambiente legal que generalizó el comercio de aparatos receptores y que hizo florecer las estaciones radiodifusoras en el país, el Poder Ejecutivo, encabezado por el Dr. Harmodio Arias Madrid, en 1934 adoptó el plan de establecer una estación radiodifusora en la Ciudad de Panamá, con aparatos receptores instalados en los más importantes poblados del interior. La idea fue bien recibida en aquellas poblaciones donde se esperaba que la medida contribuirá a despertar el interés público por la cultura y los asuntos nacionales. En consecuencia, el Dr. Harmodio Arias Madrid ordenó que todos los municipios comprasen un aparato receptor de radio para la divulgación de programas dirigidos al público general, con el objeto de recrear y expandir el adelanto nacional hacia donde más se necesitaba.
En la ciudad de Penonomé la noticia fue motivo de gran júbilo y expectación, especialmente por parte de la juventud de entonces que ansiaba conocer la radio, pues, según expresa el Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia, en su obra Testimonios de una Época, Volumen IV “en Penonomé, en el barrio de Los Forasteros, nadie tenía radio. Solo se conocía la victrola[2] de don Héctor Conte Bermúdez y allí solíamos escuchar algunos himnos de los países latinoamericanos. Pero radio no había.”
Mediante Acuerdo 1 de 5 de enero de 1935 el Consejo Municipal de Penonomé abrió un crédito adicional en el presupuesto de rentas y gastos de la vigencia económica de ese año por noventa balboas para comprar un aparato de radio para uso exclusivo del municipio de Penonomé, con el fin de que sirviera como medio recreativo e informativo a los habitantes de esa ciudad. El radio se pagaría poco a poco; por mensualidades de veinte balboas cada una. “La partida se aprobó -señala el Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia- y la euforia se apoderó de todos nosotros.”
Dos meses más tarde, por Acuerdo 13 de 23 de marzo de 1935, el Consejo Municipal de Penonomé reglamentó el funcionamiento del aparato de radio adquirido por el municipio. El reglamento estableció, entre otras cosas, que el radio funcionaría tres horas todas las noches, de 7.00 p.m. a 10.00 p.m. El manejo de la radio estaría a cargo de un operador oficial encargado de mantenerlo en buenas condiciones. Nadie, sin permiso, podía tocar el aparato; el que sin permiso tocara el aparato sería retirado del kiosco por medio de la policía, que tendría el deber de evitar que el radio fuera tocado o tentado en ninguna forma durante el día y durante las horas en que no funcionara en la noche. El radio dejaría de funcionar los días de duelo nacional, los días de duelo municipal y cuando molestare a los vecinos en caso de enfermedad. Como el Alcalde debía nombrar al operador oficial, se envió a Panamá al futuro técnico Minunga Tejeira. “Un muchacho a quien todos los niños de entonces recordamos con ternura”
Fue un evento extraordinario la llegada del radio a la ciudad de Penonomé. El aparato fue instalado en el kiosco de la Plaza 8 de diciembre frente a la iglesia de Penonomé, hoy catedral San Juan Bautista. Se trataba de un aparato RCA Víctor con forma de urna, que se colocó sobre una mesita construida con gran esmero especialmente para esa ocasión. Casi la totalidad de los penonomeños acudieron a presenciar el acto de inauguración del radio. Nos cuenta el Dr. Zúñiga que en el kiosco estaba el técnico adiestrado Minunga Tejeira con toda la solemnidad que exigía tan singular momento, y que, además, llevaba una especie de audífonos colocados en su cabeza.
La operación del aparato era sencilla pero delicada. “Cuando el técnico Tejeira sintonizaba bien una estación, hacía un gesto, un ademán como el de un director de orquesta; y apenas sintonizó la primera emisora subió al máximo el volumen del radio y todo el entorno, dominado por una perplejidad colectiva, se llenó de música. Nunca escuché un aplauso tan cerrado como el tributado en ese instante a la radio y al monitor Tejeira. Penonomé se puso en contacto con el mundo, adquirió un nuevo instrumento de comunicación tan increíble como espectacular y se dio un paso muy sólido en el campo de la cultura”, agrega el Dr. Zúñiga.
Así pues, en adelante el receptor de radio instalado en la plaza de Penonomé deleitó a los penonomeños, quienes también sin moverse de sus asientos y con sus miradas fijas en los insondable gozaron de gran cantidad de programas culturales, canciones, noticias, discursos, debates, novelas radiales y hasta… ¡combates de boxeo!
Ocurrió en la noche del 22 de junio de 1938 cuando se llevó a cabo la segunda pelea entre los gigantes del box: el norteamericano Joe Louis y el alemán Max Schmelling. Solamente la descripción del suceso que hace el Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia puede plasmar con exacta medida aquel momento vivido por la audiencia penonomeña en el kiosco del Parque de Penonomé esa noche. “El pueblo de Penonomé, en masa, se encontraba todo oídos congregado en torno al radio. Minunga más solemne que nunca. Era el personaje central, porque de su experiencia dependía sintonizar a la emisora que transmitía la pelea. Él solo, con el aparato en el oído, buscaba afanoso la emisora. Todos miraban a Minunga, esperando que levantara la mano como director de orquesta. Yo, desde luego, estaba ‘viendo’ el ring y los boxeadores frente a frente. ¿Quién no recuerda el brillo de los ojos de Minunga cuando logró el milagro? Lanzó la emisora al aire y el pueblo de Penonomé también se metió en el ring. Todos estábamos con Joe Louis. Se inicia el asalto, espectacular, gigante, existía un entusiasmo indescriptible. De pronto, una gran estática interrumpe la transmisión; el técnico con velocidad de rayo se coloca los audífonos y con nerviosidad también indescriptible se dedica a relocalizar la emisora perdida. Al rato vuelve al aire la emisora perdida, pero ya la pelea había finalizado. La rechifla fue descomunal, pero Minunga logró que todos lo escucháramos: ¡triunfó Joe Louis! La rechifla se convirtió en aplausos y desde entonces, yo recuerdo con gran amor esos momentos dulces y simples de mi pueblo.”
Con el devenir del tiempo, sin embargo, en el país evolucionó la radiodifusión y surgieron cada vez más estaciones radiodifusoras, tanto en la Ciudad de Panamá como en el interior de la República. En abril de 1936 se estableció, en la ciudad de Aguadulce, la radiodifusora “La Voz del Vigía” (HP5I), a la cual le siguieron las radiodifusoras “Ondas Centrales” (HONS) en Veraguas y “Radio Provincias” (HOJ), en Herrera. Pero más significativo fue que también mejoró la tecnología que hizo más eficiente y barato los aparatos receptores; por lo que éstos pronto ingresaron a la mayoría de las casas de los panameños como un electrodoméstico más del hogar.
Como señal del ocaso de la radio comunal y del vaticinio de don José Oller, el radio de la Plaza 8 de diciembre comenzó a sufrir desperfectos que lo llevaron a ingresar varias veces en un taller de reparaciones. Se dice que un día, luego de recién reparado y apenas instalado en su mesa en el kiosco, en una explosión y una llamarada terminó su vida.
Con esa llamarada también terminó el trabajo de Minunga Tejeira y la estupenda visión que en su momento tuvo el Dr. Harmodio Arias Madrid de recrear y expandir el adelanto nacional hacia donde más se necesitaba.